La semana pasada, como todos bien saben, ha sido semana de Champions League. En una semana cargada con resultados de rutina y la cual parece haber tenido un claro protagonista, quien se sienta en nuevo trono ubicado esta vez en la blanca ciudad alpina de Turín, Cristiano Ronaldo.

La circunstancia para el individuo era conocida, pero el contexto de la hazaña, remontarle al Atlético de Madrid de Simeone un 2 a 0 en etapa de octavos no era menos que de proporciones épicas. Cristiano nos regaló un 3 a 0 de su autoría con un dramático gol de penalti en el minuto 86 para dejar una ciudad sollozando en lágrimas de dicha, ¿Se estará lamentando el Real Madrid de haber dejado ir a un Aquiles?

Avanzando, nos ubicamos en el día posterior al narrado y vemos otro logro más modesto, menos comentado, algo que pareció ser una obra arquitectónica vestida de blaugrana más que una gesta titánica característica de un superhombre.

El contexto era Lyon versus Barcelona, viniendo de un 0 a 0 en la ida y jugando en el Camp Nou, cualquier empate a goles hubiese bastado para que el Lyon avanzara y rompiera la racha histórica del Barça, que clasificó por doceava vez a cuartos de final en la Champions. Suena relativamente fácil, siempre y cuando no se considere el factor rosarino, Lionel Messi.

Con dos goles, uno de penalti y dos asistencias, Messi fue el elemento clave en la estructura de la sinfonía de Valverde. Claro está que el Lyon no es el Atlético de Madrid.

Lo que resalta son los roles de cada cual, pero es curioso cómo La Juventus utiliza a Ronaldo como arma letal y el Barcelona utiliza a Messi como si de la esencia misma del equipo se tratase, uno hace de arma y el otro hace de alma. Cristiano finaliza jugadas, Messi hace lo que quiere cuando quiere y así lo probó cuando asumiendo su posición natural de falso 9, en el minuto 78, bailó a la defensa de tres del Lyon dejando a dos en el piso como si se tratase de un paseo por el parque con sus hijos Mateo y Thiago.

La historia se ha configurado de manera tal que es evidente que ambos personajes están en el salón de los inmortales, pero en este capítulo final, en ligas con estilos muy diferentes, persiste la rivalidad, uno propone y el otro contesta y se coquetea todavía con la pregunta recurrente: ¿De quién es la corona?

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