En su último discurso de rendición de cuentas ante el Congreso Nacional, el Presidente de la República procuró ofrecer un testimonio de lo que, en su visión, ha sido su obra de gobierno a lo largo de los últimos casi ocho años. No fue un discurso proselitista para impulsar electoralmente a su partido sino uno de reivindicación de lo que considera su legado al frente del Estado.

En materia económica no dijo cosas nuevas. Su discurso reiteró la aproximación autocomplaciente de otras ocasiones: enfatiza los innegables eventos económicos positivos, le da a su gestión inmerecidos créditos por ellos e ignora los pasivos que se han acumulado, así como los problemas no resueltos.

La bonanza económica

El presidente se refirió al crecimiento promedio anual de 6% a lo largo de los últimos siete años, 0.5 puntos porcentuales más que el promedio anual observado a lo largo de las últimas tres décadas (5.5%). Las estadísticas oficiales le dan la razón al presidente y dejan pocas dudas que desde 2014 el país ha vivido un período de bonanza económica. Otras estadísticas vinculadas al crecimiento del PIB como el crédito al sector privado y las recaudaciones tributarias apuntan en la misma dirección. De los siete años que transcurrieron entre 2013 y 2019, en cuatro de ellos, el crecimiento estuvo por encima del promedio histórico. Aunque en tres de ellos estuvo por debajo, nunca fueron tasas significativamente bajas. La menor fue en 2017, cuando se ubicó en 4.7%.

También habló de la reducción resultante en la desocupación y a la notable disminución en la incidencia de la pobreza. Ambas cosas son esperables cuando hay un período relativamente largo de alto crecimiento. Un mayor nivel de actividad genera más empleos y oportunidades de negocios, y eso se traduce en un incremento en los niveles de ingreso que hace el porcentaje de población viviendo con ingresos por debajo de la línea de pobreza se reduzca. Lo que sorprende, sin embargo, es que la incidencia se haya reducido con tanta intensidad.

En este punto cabe recordar que el presidente se refirió sólo a la pobreza monetaria. Esta se limita a medir la población que percibe ingresos por encima de lo necesario para ser “no pobre” y que tiene capacidad para comprar una canasta básica de bienes y servicios. Pero no habla, en verdad, de calidad de vida ni de los elementos que, además del ingreso, permiten vivir una vida digna como la calidad de la vivienda o el acceso a servicios básicos.

Las cuentas externas

Lo que no es creíble es el crédito que el presidente le da a su gobierno por esa bonanza ni tampoco el que le da al sector privado. Eso no significa que ambos no tengan responsabilidades en ello, pero la explicación central reside en una combinación de factores externos particularmente favorables para el país.

En ese período se combinaron cuatro elementos: bajos precios del petróleo, altos precios del oro, alto crecimiento de los ingresos por remesas y, hasta la primera mitad de 2019, crecimiento sostenido del turismo. He aquí algunas cifras que dan una idea del enorme efecto de esos factores. Primero, en 2016, momento en que el petróleo observó su precio más bajo, el país gastó en hidrocarburos cerca de la mitad de lo que gastó en 2012; se ahorró casi 2,500 millones de dólares.

Segundo, desde 2013 en adelante, las exportaciones de oro han agregado, en promedio casi 1,400 millones de dólares a las exportaciones. La mayor parte de ellas son del proyecto Barrick-Pueblo Viejo cuya inversión se realizó antes de que Medina asumiera la presidencia, y los ingresos han sido muy favorecidos por los altos precios del oro en el mercado mundial.

Tercero, entre 2013 y 2019, las remesas, que poco tienen que ver con las políticas públicas (en todo caso con sus fallos históricos), crecieron, en promedio, en más de 400 millones de dólares por año, cuatro veces más que en los siete años anteriores. Cuarto, entre 2013 y 2018, los ingresos por turismo crecieron a razón de 480 millones de dólares por año, casi 2.8 veces más que en los siete años anteriores. En esto, la política pública ha tenido una incidencia positiva pero difícilmente determinante.

Esos factores externos tan favorables le han permitido al país crecer mucho porque hemos contado con mucha holgura en la disponibilidad de divisas, un factor vital para crecer. El presidente se refirió a ello cuando habló de la significativa reducción del déficit de cuenta corriente de la Balanza de Pagos.

La política pública y sus costos

A pesar de eso, la política pública sí tiene créditos, aunque limitados, y tienen contrapartida negativa. Uno de ellos es que el gobierno ha mantenido en un nivel relativamente alto el gasto público (comparado con los recursos que recauda) y esto ha contribuido a sostener la demanda interna y el crecimiento. El problema es que, para lograrlo, se ha endeudado. En sólo siete años, la deuda creció en 16,500 millones de dólares (un 85%), pasando desde 19,500 millones en 2012 hasta poco menos de 36 mil millones en 2019. Los ingresos de divisas que corresponden a endeudamiento externo también han alimentado la disponibilidad de divisas, pero han obligado y continuarán obligando a buscar pesos y dólares para pagarla.

El otro crédito es que la política económica ha logrado mantener la estabilidad de precios (baja inflación y bajo ritmo de devaluación del peso). Esto ha reducido la incertidumbre, facilitado las inversiones del sector privado y generado un entorno de optimismo en los negocios. La contrapartida negativa es que, para lograrlo, en esos siete años, la deuda del Banco Central se multiplicó por 2.3, llegando hasta alrededor de 600 mil millones de pesos en 2019. Esto también ha beneficiado enormemente al sector financiero, pero contribuido a mantener tasas de interés reales elevadas, ha exacerbado el problema de deuda y obligará a usar mucho más de nuestros recursos tributarios para solventarlo.

El problema de deuda que se ha venido acumulando fue uno de los grandes ausentes en el discurso del presidente, quien, al menos para honrar la verdad, debió haberlo reconocido y haber planteado la necesidad de enfrentarlo.

Además, hay que indicar que el alto crecimiento que hemos visto se ha dado sin que la economía haya registrado transformaciones estructurales importantes, sin que la productividad y la competitividad del aparato productivo hayan descollado y sin que hayan emergido actividades que prometan reinsertar la economía en los mercados internacionales. La de hoy es una economía más grande que la de 2012 pero nada más. Eso incluye a la agricultura, tan mencionada por el presidente en el discurso. Ocho años después, esta sigue siendo la misma actividad pobre y poco competitiva y entre 2012 y 2019 su crecimiento no fue destacado, a pesar el encomiable esfuerzo puesto en incrementar el acceso al crédito.

Tampoco hubo reformas económicas importantes, y habiendo tenido el poder congresual para lograrlo, tampoco hubo reformas importantes en el entramado legal. Eso incluye la imprescindible reforma fiscal que, a pesar de prometida, no fue siquiera discutida.

Temas sectoriales

Por último, vale hacer algunas puntualizaciones sobre temas sectoriales abordados por el presidente.

El tratamiento que le dio al tema educativo fue realmente superficial. Ha sido penoso que los logros de casi ocho años de gestión pública se limiten a más aulas, más tiempo del estudiantado en ellas y salarios más altos para los y las docentes. Lo importante, mejores aprendizajes, terminó en la cola. La evidencia de ello es abrumadora.

En contraste, las políticas hacia la primera infancia deben ser de mucho orgullo para el presidente. Por la calidad de las intervenciones, son la joya de la corona de su gobierno y el que se inaugurará en agosto deberá asumir el desafío de superarlas. Lo criticable es que Medina no le haya puesto más recursos a ello. También se debe hablar positivamente del programa de alfabetización, el cual ha llevado al país cerca de la meta de la erradicación del analfabetismo. Se percibe, sin embargo, un agotamiento de los avances en los últimos años. Habrá que entender el porqué, reorientar las intervenciones e impedir que el analfabetismo rebrote.

En términos generales, la salud ha sido el “patito feo” de esta gestión de gobierno, que parece haberse empantanado en la remodelación y reconstrucción de centros. A lo largo de la mayor parte del período, los resultados fueron escasos. Sin embargo, en los últimos dos años hemos visto muy felices resultados en los indicadores de mortalidad que parecen asociarse a una mejora en la gestión de los servicios de atención a embarazadas y recién nacidos. Esta es una de las noticias más felices de tiempos recientes. Debería ser una pena para Medina que haya llegado tan tarde en su gestión. Habrá que profundizar en esos cambios en los años por venir.

En seguridad social, el presidente acierta cuando habla del incremento notable en la cobertura del seguro familiar de salud, en especial en el régimen subsidiado. Esto ha sido positivo. Mucho menos felices han sido los resultados en la profundidad de la cobertura en el régimen contributivo. La insatisfacción predomina por los altos copagos y la denegación de servicios, las ARS y los prestadores de servicios continúan con la sartén por el mango y el gobierno no ha sido capaz de defender bien a las personas afiliadas y a sus familias. En el caso de las pensiones, distinto al discurso oficial, la reforma reciente es, en realidad, superficial, y hay quienes hablan de que ha sido más bien una contrarreforma.

Por último, en energía su bandera discursiva fue el proyecto de Punta Catalina. Pero, a pocos meses de cumplir ocho años de gobierno, las plantas todavía no están ofreciendo pleno servicio, arrastran un pesadísimo fardo de corrupción y sobornos y no resolverán el problema fundamental del sector: las pérdidas de las empresas distribuidoras y el subsidio derivado.

El presidente está en el derecho de defender su legado. La ciudadanía tiene el deber de escrudiñar en el discurso y hacerle una lectura crítica.

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