Director del Centro Conductual para Hombres propone un “contrato social” para abordar la violencia de género

Por mucho tiempo se creyó que la violencia que ejerce un hombre contra una mujer estuvo condicionada a la baja escolaridad y nula formación académica del agresor. Sin embargo, las estadísticas del Centro de Intervención Conductual para Hombres desmontan esta idea y demuestran que esta conducta también se manifiesta en el más letrado, productivo y cordial.

La data de los últimos 13 años lo evidencia: El 52 % de las personas del sexo masculino referido a este espacio tiene estudios universitarios. Dicho en números, desde la creación del centro, en 2008, hasta la fecha, se impactaron 50 mil hombres con terapias y programas, de los cuales 26 mil terminaron o cursan alguna carrera profesional.

Específicamente: el 28 % terminó la universidad, el 24 % ejerce alguna profesión universitaria, el 21 % tiene educación secundaria y el 17 % cursó nivel básico. “No son monstruos, son personas normales. El problema es que tienen doble fachada; eso significa que por un lado estos hombres que parecerían monstruos en la casa, son muy dóciles fuera de ahí, muy ecuánimes, muchos son productivos a nivel laboral y rinden bien a nivel académico. Aquí más del 50 % tiene nivel universitario y más de 90 % tiene empleo”, cuenta el psicólogo y director de la entidad, Luis Vergés.

La educación de la “agenda oculta”

Para entender la situación es necesario conocer el significado de la “educación de la agenda oculta” que, según explica el doctor en psicología, es aquel contenido informal cargado de prejuicios, tabúes, mandatos sociales y culturales sobre cómo se es hombre y mujer en esta sociedad; y que a su vez trae consigo desigualdad, sometimiento y control.

El especialista en conducta humana y masculinidad explica que este contenido se propaga a través de los medios de comunicación, la música y el entorno, incluso en la familia. “Es increíble la cantidad de estereotipos sexistas que se difunden a través de las canciones, programas de paneles. Esa educación de la agenda oculta es la que influye en el machismo y en la violencia, sostuvo. El también profesor universitario considera como una falla del sistema el hecho de que la formación académica no esté concebida para neutralizar esta realidad.
Destaca que pese a que se ha tratado de incidir en el sistema de educación pública y a nivel de educación superior no ha sido posible unificar criterios y esfuerzos. “Son carencias que se extraen desde un sistema informal que se alimenta y bombardea con la sexualización y objetivación del cuerpo de la mujer”, dice al precisar que la violencia es un asunto sociocultural.

“Por eso los números no ceden por más esfuerzos que se hacen desde el Estado. Las políticas públicas que el Estado propone, gran parte de la población ni las asimila ni las acepta porque sigue abrazada en un contrato implícito de lealtad con todos estos contenidos que invitan al machismo, al sexismo, discriminación de las mujeres, imposición de la fuerza física, la carencia de habilidades para resolver y afrontar los conflictos usando el diálogo”, agrega.

¿Se puede rehabilitar al agresor?

Su sí fue contundente. A juicio de Vergés, decir lo contrario es estigmatizar a una persona, ya que está convencido de que cada nueva experiencia es una posibilidad de cambio. No obstante, explica que se debe tener en cuenta que hay casos más resistentes que otros y que mientras a más temprana edad se comienza a violentar peor es el pronóstico para el cambio. “O sea, todos tienen posibilidad de cambio, ahora, no van a cambiar al mismo ritmo” reitera.

¿Qué pasa por la cabeza de un hombre cuándo mata?

Explica que lo que ocurre previo al hecho es un procesamiento exagerado de juicios negativos, que los psicólogos llaman “rumiaciones mentales”: tendencia a solo procesar pensamientos que traen dolor, sufrimiento, amargura y enojo.

“Entonces esos pensamientos unidos a los juicios negativos, muchos de los cuales están infundados, van deteriorando la capacidad para tomar una decisión racional. Ahí se produce ese blackout donde la persona pierde la capacidad de medir consecuencias y pensar en el momento”, añade.

Se necesita unificar criterios

Según las consideraciones del destacado psicólogo clínico, para desmontar la cultura del machismo y la violencia, el primer paso es entender que no es responsabilidad de un solo actor, porque no es un trabajo exclusivo del Estado, de la Iglesia o la escuela.
Para el terapeuta familiar, es necesario un convenio, un “contrato social”, sellado con el compromiso de todos los actores, en el que se identifiquen los puntos sensitivos que mantienen la cultura del maltrato. “Lamentablemente no ha habido consenso. Cada quien tiene su mirada sobre el tema. Algunos lo ven como pecado, otros como algo que el otro se ganó, otros lo ven como un problema de proyección de una debilidad interna, otros como una enfermedad”, dice. El especialista concluye en que mientras haya dispersión de ideas y conceptos, sin definir líneas generales de consenso, abordar la problemática será más difícil. “Cultura es todo aquello que de tanto repetirse se ve como norma. Tenemos que repetir algo diferente a la violencia para que eso sea lo que se vea como norma, concretamente me refiero al buen trato”, expresó.

¿Cuántas terapias necesita un agresor?

Cada usuario referido a este centro debe someterse a un programa especializado que puede durar de 6 a 24 meses. En un período de dos años un hombre recibe en promedio 42 sesiones de terapias. El Centro de Intervención Conductual para Hombres es una iniciativa de la Procuraduría General de República, a través de la Fiscalía del Distrito Nacional. Surge como una propuesta a la necesidad de abordar la violencia desde la detección temprana de los factores de riesgos. Estos programas son desarrollados por un equipo de 12 psicólogos que imparten terapias individuales y grupales en el espacio, ubicado en la calle Yolanda Guzmán esquina Teniente Amado García, Distrito Nacional. Los casos llegan por tres vías: la primera corresponde al referimiento de jueces, como parte de las medidas de coerción impuestas a hombres denunciados por violencia de género. Otros llegan a través de las fiscalías barriales o de las unidades especializadas de atención a la violencia de género y en menor frecuencia por voluntad propia.

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