Lo ocurrido el sábado 25 de febrero en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, abarrotada desde el ultimo asiento de balcones hasta el primero del foso, fue una sorpresa no solo para el artista, sino para el productor y para los propios admiradores del artista uruguayo Jorge Drexler.

Ocurrió ocho años después de su primera visita al país. Tuvo que decir: “Nunca me había ocurrido algo así”.

La algarabía con que fue recibido de pie, lo hizo arrodillarse de entrada, besar el escenario, sin aún haber cantado nada. El openning era un discurso con voz femenina que va narrando el origen del nacimiento de las células y su evolución, gracias al “invento” del amor, lo que dio pie a El Plan Maestro. “Corría la Era del Mezoproterozoico, / cuando aquella célula visionaria, / en un acto inaudito, tirando a heróico / tuvo una idea revolucionaria”. El tema grabado con Rubén Blades originalmente, sirvió de ensayo general del gran coro que fue, tema a tema, el concierto “Tinta y tempo”.

Frescura y profundidad, minimalismo escenográfico, exploración en nuevas capas de música. Una banda multinacional, trajo instrumentos como el charango y la caja electrónica de ritmos, una guitarra acústica española, una Gibson ES 175 -tal vez la Godin 5th Avenue-, como aquella que tocaba con excelente vibrato en los 60, en el cuarteto vocal Los Zafiros, Manuel Galván.

Células del reggae que caen como gotas sobre colchonetas de tango: Deseo (“mire donde mire, te veo”); siguiendo la narrativa de las células. Corazón impar (“el corazón impar siempre contracorriente”), cada canción acompañada de coros. Y una energía que hace mucho no se apoderaba del Teatro Nacional. Un dulce magnetismo que hizo click desde el primer segundo hasta el último en uno de los mejores conciertos ofrecidos en años.

El delirium drexlens continuó contando que se habían ido a Boca Chica donde conocieron a Michel a quien felicitó por sus 30 años. Siguió con Cinturón blanco y Me haces bien. La gente coreaba, y él, emocionado, no podía creer. Fusión, Bendito desconcierto (el público daba palmadas al ritmo), salieron las coristas y se quedó el guitarrista. Inoportuna, aportó un solo de piano maravilloso. Este año hace 31 años que comenzó a cantar. Con Era de amar homenajeó a Walter Ferguson creador costarricense. ¡Oh, algoritmo! Acentúa el delirium drexleriano ironía de por medio (“dime qué debo cantar, oh algoritmo!”). solo con el guitarrsta. Luego Mi salvapantallas, de las más coreadas. Una ranchera: Asilo.

Tinta y tiempo provocó ovación. En El día que estrenaste el mundo, improvisó. Dio una clase sobre el uso de la armonía. Milonga del moro judío. Cantó a guitarra sola varias canciones que pusieron a delirar al público. Otra sorpresa, dijo que cantaría un candomble y se cantó La Bilirrubina. Duermevela. Entró la banda. Movimiento, mientras Drexler corría en absoluto delirio por el escenario. Aportó Telefonía. Y para el falso final Silencio.

Regresó tras larga ovación “Nunca tuve un público tan amorosamente loco como aquí”, confesó. Cantó La guerrilla de la concordia. Una canción en delirio tremens: La luna de Rasquì. Coreada a pleno pulmón. Luego Todo se transforma. Y Amor al arte. Así fue la noche más drexleriana que ha tenido República Dominicana. Gracias Nono.

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