La Segunda Guerra Mundial, para poner un caso, dejó más de 27 millones de rusos bajo tierra y alrededor de 10 millones de alemanes

Ahora en mayo se cumplieron 75 años del fin de la ll Guerra Mundial y en abril fueron 55 años de la Revolución de Abril. Hay que recordarlas para que no se repitan.

La guerra, cualquiera que sea, es la expresión más atrasaba y aborrecible del ser humano porque quiere pasarle, a la fuerza, a la razón. Todas tienen el mismo origen: la imbecilidad del homo sapiens que no dejó de ser homo brutus. A estas guerras se mandan fotógrafos que dejarán un testimonio de los acontecimientos y muchas veces aparece uno que deja una impronta artística. A otros simplemente les sorprenden las guerras en su propio lugar.

En muchas ocasiones su trabajo ha servido para sensibilizar mas que informar a la gente y han provocado reacciones imprevistas en contra de la guerra misma.

Cualquier guerra ha exterminado más gente que cualquier epidemia. La Guerra de Abril dejó más de cinco mil víctimas cuando hasta ahora solo se registran alrededor de 500 por el COVID-19. La diferencia es que una catástrofe es provocada y puede evitarse y la otra no. Además, que es muy fácil, cuando se es poderoso, provocar esos desastres en otro lado mientras se ve televisión en casa. La epidemia es más democrática y reparte dolores y desgracias a grandes y chicos donde sea.

La Segunda Guerra Mundial, para poner un caso, dejó más de 27 millones de ruso bajo tierra y alrededor de 10 millones de alemanes. Cuando los alemanes huían, para donde pudieran, entonces vino el ataque por la playa de Normandía (al norte de Francia) donde ocurrieron 10 mil bajas de los que 4 mil eran ingleses y canadienses y los 6 mil restantes de los Estados Unidos. En ese desembarco iba Robert Cappa, un fotógrafo de unos treinta y pico de años que logró, en medio de las ráfagas nazis, captar el trágico momento del que se salvó en tablita y su temeridad le puso fin a su vida cuando pisó una mina en Indochina. Sirvieron, eso sí, para recrear el momento en la película “el soldado Ryan”. Ninguna de las imágenes del desembarco se convirtió en un ícono que superara a la fotografía que Cappa tomó durante la guerra civil española donde retrató “la muerte de un miliciano” en el preciso momento de su encuentro con la fatalidad. Mitos y leyendas se tejieron alrededor de este soldado, famosísimo después de muerto, lo que no altera en lo absoluto, la calidad de la imagen que le dio fama al fotógrafo húngaro.

El historiador Moisés Domínguez Núñez ha demostrado que la foto del miliciano no fue tomada en el cerro Murciano de Córdoba sino en una localidad llamada Espejo, también en Córdoba y que tampoco el soldado y modelo involuntario era Federico Borrell García alias “El Taíno” como por mucho tiempo se divulgó, lo que no altera ni un milímetro la calidad de la toma.

Sin embargo, las dos fotografías más importantes, por su impacto, difusión e influencia en la opinión mundial han sido la del ruso Yevgeny Khaldei (1917-1997) en Berlín y la de Nick Ut en Vietnam.

Eran las dos y media del 2 de mayo de 1945 y Berlín ardía por los cinco costados. Habían llegado los rusos después de un largo recorrido de Este a Eeste y después de vencer las 200 divisiones repartidas en una raya vertical del mapa de más de mil kilómetros. Esa retirada, que muchos historiadores achacan al frio, como si los alemanes hubieran sido jamaiquinos, y no a la fuerza y decisión de vencer de los rusos fue la fase final de la hegemonía de Adolf Hitler y su locura de dominar al mundo y exterminar todo el que no fuera de “raza” aria. Murió misteriosamente sin que nunca le llegaran a aplicar una camisa de fuerza.

Cualquier soldado soviético había visto caer a decenas de compañeros y sabía que ese era su final si no se daba cien por mil. Al llegar a Berlín y derrotar así el último bastión nazi, al fotógrafo Khaldei se le ocurrió hacer “la foto de la derrota” porque no hay nada mas humillante, desde que se inventó la bandera, que colocarla en el lugar más importante del enemigo caído.

Así es que Khaldei seleccionó al azar tres soldados: el teniente ruso Aleksei Leontievich Kovalev, Abdulkhakim Isakovich Ismailov (con kepis), y Leonid Gorichev para que colocasen la bandera soviética en lo alto y frontal del edificio Reichstag, que resistió a los bombardeos a pesar de su vieja construcción de 1894.

La bandera era liviana, la hicieron con un mantel rojo al que le pegaron los símbolos patrios. Aleksei la agarró, pero la lluvia y la brisa le daban pánico y no quería convertirse en la víctima 27 millones más uno de la contienda. El sargento Ismailov le dio una palmada como hacen los peloteros cuando regresa al dogout un ponchao, y le dijo, “súbete que yo te agarro. Si te caes, nos vamos los dos” Aleksei sonrió y se encaramó con la bandera y su metralleta en bandolera. Leonid Gorichev, el tercer soldado, le picó un ojo y le hizo un gesto con la cabeza indicándole, “vamos compadre, pa’rriba”, pero en ruso.

Khaldei agarró su cámara y disparó una secuencia y una de las fotos, cuando la bandera estaba colocada, ha quedado como el símbolo del fin de una de las guerras más atroces de la humanidad. Esa foto significa el martirio de más de 27 millones de seres humano que perdieron la vida inútilmente. Simboliza su triunfo, lo que no resucita a nadie.

La otra fotografía fue tomada por el fotógrafo vietnamita-canadiense Huynh Cong Ut, más conocido por Nick Ut, el 8 de junio 1972 durante la guerra de Vietnam cuando una aldea de sembradores de arroz fue bombardeada con Napalm. Se ve en la foto una familia campesina con un niño en los brazos, pero lo impactante es una niña que el napalm le quemó la ropa y parte de la piel y que aparece gritando desesperadamente, mucho más que la imágen “el grito” de Evard Munch. La niña Phan Thi Kim Phuc fue atendida en Cuba que la curó de las complicadísimas quemaduras antes de irse a una casita chiquitita en Canadá. En primer plano se ve al hermanito. El horror y sinrazón de esa absurda guerra fueron entendidos por la misma población de los Estados Unidos quienes presionaron para que la guerra terminara. El gobierno no hizo caso y solo se retiró cuando no aguantó la resistencia de Vietnam y las estrategias del general Vo Nguyen Giap. Solo la supera en crueldad una foto tomada por Eddie Adams en Saigón en el momento en que el jefe de la Policía, Nguyen Ngoc Loan, le da un tiro en la cabeza al joven Nguyen Van Lem en plena calle y a la luz del día. El personaje abrió, luego de huir de Vietnam, un restaurante en Burke, Washington donde, sin remordimiento y menos condena, como si fuese una gracia, cuenta “su hazaña” a sus clientes.

En Santo Domingo, durante la Revolución de Abril, se destacaron tres fotógrafos que dejaron un enorme e importante testimonio: Milvio Pérez, Thimo Pimentel y Juan Pérez Terrero. Este último captó el momento más significativo de la guerra cuando retrató a un simple ciudadano rebelarse contra un soldado invasor que pretendía que el otro se pusiera a recoger basura. De la secuencia del momento, Pedro Terrero seleccionó una donde Jacobo Rincón Sosa, alias Senén, con los puños cerrados y un rostro desafiante y de rabia está dispuesto a fajarse a la “trompá” con el rubio americano.

La foto expresa todo lo que significó la guerra: el abuso de la ocupación. Esta fotografía le dio la vuelta al mundo en menos de 80 días y dio a conocer el conflicto que tuvo origen en el golpe de estado a Juan Bosch, elegido democráticamente dos años antes. La foto fue tomada en la calle Duarte con Teniente Amado García, aunque otros han dicho que fue en el Conde con Espaillat. Rincón, un simple ciudadano, chofer de Obras Públicas, se dirigía a la Mella para regresar a su casa en un conchito. Que estuviese medio “traguiao” o no, no cambia el resultado gráfico de una de las fotos más difundidas internacionalmente en ese momento. Tampoco cambia la valentía y simbolismo de la misma: David contra Goliath.

Lee Miller, aunque newyokina, tenía orígenes alemanes como no lo niega su rostro y por su dominio de la Laika, retrató la moda a la moda en la revista Vogue. Entre 1939 y 45 formó parte del London War Correspondents Corp para cubrir los asedios de Saint-Malo, la liberación de París, la batalla de Alsacia y el horror de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau que dan grima todavía en el día de hoy.

Thimo recorrió la capital en tiempo de guerra para retratar desde las llegadas de marines en helicóptero al Embajador, hasta las más rústicas trincheras o madrigueras de la ciudad. Su cepillo placa 6666 le dio la suerte que nunca tuvo con la lotería. Por ello puedo hoy contarlo. Roger Estévez realizó un logotipo caricaturesco para su sección en la Revista ¡Ahora! Mi Nikon y yo en el Play, donde agarraba desprevenido a cualquier fanático y sobre todo fanática en posición anotadora. Nadie se perdía ese espacio, aunque ahora digan que ese público es el más arriesgado, mémicamente, por el Covid 19.

Terrero, que no solo se armó de su cámara en abril del 65 laboró como fotorreportero para elCaribe y para el Listin. Una sola foto lo etiquetó como el fotógrafo de abril: la de Senén.

Cuando a Milvio Pérez lo sorprendió la Guerra de Abril, ya conocía los riesgos del metier por su militancia en el 14 de Manolo y nunca echó pa’tras ni pa’ coger impulso. Acompañó a Bosch en su campaña y a Caamaño durante el trajín bélico hasta el momento en que ya se creía que todo estaba terminado cuando le zumbaron por las orejas las balas de los guardias que acorralaron al coronel en el Hotel Matum que “si no es por Monte Arache y sus hombres ranas no estuviéramos contándolo” le explicó a Ángela Peña en una entrevista de enero del 2006.

Thimo y Milvio arriesgaron el pellejo en múltiples ocasiones buscando el mejor ángulo para la mejor imagen, y lo lograron. Ellos se suman a Cappa, Horst Faas, Lee Miller, Nick Ut, Joseph Rosenthal (recordado por su foto de iwo Jima, Japón) y muchos otros de igual mérito y coraje. Yyyyyy la vida, no se detiene, prosigue su agitado curso.

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