Haití representa uno de los problemas más graves que confronta la República Dominicana, pues dicho país está involucionando económica, social e institucionalmente. Más importante, el problema haitiano resulta más complejo por su relación al problema racial norteamericano y al de la mortificada conciencia moral europea.

Un asunto tan complejo debe ser analizado por partes. Tomemos el caso norteamericano. La abolición de la esclavitud por parte de Lincoln fue un hecho transcendental. ¿Qué pasó antes y después de dicha medida? Los estrategas del Norte pusieron fin a la cruenta guerra civil aplicando una estrategia de “guerra total”, concebida por el general Sherman para destruir la infraestructura económica que sustentaba el poder de la oligarquía sureña. La abolición de la esclavitud puede ser interpretada en este contexto. Por cierto, el general Sherman no tenía simpatía por la gente de color. ¿Y qué pasó luego? Luego de la trágica muerte de Lincoln, los idealistas promotores de la abolición de la esclavitud fueron empujados a un lado. Las élites sureñas retuvieron un considerable poder local y estatal, que utilizaron para establecer la segregación racial en las escuelas, iglesias, cementerios, la hostelería y el transporte. Esta discriminación institucionalizada continuó consolidándose hasta los 1900, ante la mirada indiferente de los políticos del norte. No fue hasta mediados del siglo XX que semejante política comenzó a desmantelarse, pero sus secuelas sociales condicionan el presente. La perspectiva de muchos norteamericanos hacia nuestro país está influenciada por su historia, y no la nuestra, que desconocen. En el siglo XIX, quienes eran hostiles a primera República Negra favorecían a los dominicanos. Los militantes raciales de hoy nos acusan de los males de Haití, destacando la masacre de Trujillo, militar que ascendió gracias a su “efectividad” en la represión de los campesinos del Este, entre 1916-1924.

Tomemos a los europeos, quienes fueron responsables de establecer y lucrarse del sistema esclavista. Cien mil desafortunados murieron y terminaron en el océano en su traslado a Haití durante el siglo XVIII. Otros 100,000 murieron en la guerra de independencia. Además, se impuso sin compasión alguna una desmesurada reparación que debilitó al naciente Estado haitiano. Cabe preguntarnos, ¿quién debió indemnizar a quién? Esta desafortunada historia está asociada a otros hechos trágicos de la historia europea. Su mortificada conciencia los llevó a predicarnos un tratamiento tolerante a la inmigración. Sin embargo, en los últimos años están endureciendo sus medias anti-migratorias, enviando fondos de “cooperación” a países africanos a cambio de frenar la migración al norte. El genocida Al-Bashir de Sudán estuvo entre los beneficiarios de dicha “cooperación”. ¿Y, de los haitianos, qué podemos decir? Sus relaciones raciales han sido conflictivas. Los esclavizados negros eran de diferentes etnias. Los mulatos afrancesados intentaron diferenciarse de ellos, y los blancos discriminaron a ambos.
Derrotado Rigaud, Toussaint envió a Dessalines a Les Cayes, exterminando entre 4,000 a 20,000 mulatos, según cifras de historiadores negros o mulatos. Este conflicto continuó durante el siglo XIX. Todo esto parece anacrónico. No lo es. El legado destructivo de François Duvalier se basó en la continuación de dicho conflicto, sustituyendo la educada élite mulata por una extranjera, sin raíces y solidaridad hacia ese país, pues solo ven un mercado. Las ansias de poder de ese sanguinario llevó Haití de regreso a África, pero le dejó un régimen colonial. Gran ironía.
Necesitamos ser fríos e inteligentes para salir de este enredo y defender nuestros intereses.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas