Una de las herencias trágicas del autoritarismo propio de nuestra historia, y que aún se expresa en amplias esferas de la vida social, es la de aceptar cuanto se nos diga sin cuestionamiento alguno y propalarlo. Ni en el aula es común formular preguntas y esa modalidad de aprendizaje se ha exportado a ciertas formas de periodismo.
En julio del 2016, por ejemplo, recibió un tratamiento mediático especial la “revelación” hecha por el vocero de una muy activa ONG relacionada con el cambio climático, de que la visita esos días del canciller de Brasil al presidente Danilo Medina tuvo como propósito prevenirle acerca de una investigación del Ministerio Público de la nación suramericana en la que la figura presidencial se vería asociada a una trama vinculada a una empresa brasileña acusada allí de tráfico de influencias, sobornos y sobrevaluación.

La fantástica “revelación” fue hecha en una entrevista radial, reseñada en diarios digitales y tradicionales, lo que confirma la vieja práctica llevada de contrabando al periodismo, sin que nadie ose indagar lo fundamental, que en ese caso sería obviamente la procedencia de la información. En otras palabras, la fuente que generó tan excepcional noticia. La pregunta se imponía por una razón muy sencilla. Como suele ocurrir en el tratamiento de los asuntos de Estado, como fue el caso de la reunión entre el Presidente y el canciller brasileño, en el despacho no había más personas, como en su oportunidad se reseñó en todos los medios. De manera que se imponía preguntarle al vocero de la ONG quién de ambos, el presidente Medina o el canciller brasileño, le sirvió la información. Deduzco que no sería el primero, porque no se trata de un suicida. Como tampoco el segundo, conociéndose la profesionalidad de Itamaraty.

Quién sabe si tal vez fuera una vernácula versión del pajarito que suele llevarle a Maduro los mensajes enviados del más allá por Chávez.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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