La Biblia establece que el pacto de Dios es con los que le obedecen. Cada hombre o mujer que practica la integridad y vive obedientemente está concertando una cita divina con la manifestación de la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. Está atrayendo el bien a sus campos de acción. La obediencia es la antesala hacia la irrefutable sabiduría de Dios y sus bendiciones. Nos convierte en canal legítimo de su propósito e instrumento óptimo para que como está en el cielo suceda en la tierra. Cuando un hombre normal camina, sólo avanza, pero cuando lo hace un hombre obediente, se consagra. El más simple acto de obediencia marca una gran diferencia. Obedecer es creer que el camino de Dios es superior a nuestros atajos.

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