De todas las obras del genial compositor alemán Luidwig Van Bethoven, ninguna tuvo el impacto que la Tercera Sinfonía, La Heroica, en Mi bemol mayor, opus 55, que al decir de los expertos marcó el comienzo del romanticismo musical, rompiendo con los cánones del tradicional clasicismo de su época.
Esta obra, que Beethoven dedicó inicialmente a Napoleón Bonaparte, no fue bien recibida tras su estreno en Viena en 1805, bajo su dirección. Sus críticos, que no resistían su temperamento apasionado y agrio, la calificaron de excesivamente larga, inconsistente y aburrida.

La obra le había costado al autor dos años de arduo trabajo. Cuando Bonaparte se proclamó emperador en 1804, Beethoven rayó el nombre con enfado y sustituyó el segundo movimiento, “La marcha triunfal”, por una marcha fúnebre, y llevó después ese segundo movimiento al último de su Quinta Sinfonía. Cuando la obra fue posteriormente publicada, en 1806, le dio el título de “Sinfonía Heroica compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre”, para mostrar su desencanto con el restablecimiento del imperio francés.

A pesar de todas las críticas iniciales, su Tercera Sinfonía reveló al autor como un ferviente admirador de la revolución francesa y un defensor de la hermandad entre los hombres. Aunque consideró el advenimiento de Bonaparte como una era de reforma y de liberación del feudalismo europeo, su coronación lo desilusionó y se dice que no volvió a dirigirla.

Con el tiempo “La Heroica” ha sido considerada como la obra que trazó un puente entre el clasicismo de su época y el romanticismo posterior, cuya huella se aprecia en el legado de muchos compositores famosos del siglo pasado. Aunque no figura entre las más populares del repertorio del compositor, su Tercera Sinfonía ocupa un lugar preponderante en la historia de la música clásica y es como todo el resto de su obra patrimonio de la humanidad.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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