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“La uniformidad es la muerte. La diversidad es la vida», escribió Miguel Bakunin. En efecto, el consenso puede llegar a ser en términos extremos el último e irreversible trecho hacia la tiranía. La unanimidad es una modalidad de la sumisión.

Inexplicablemente, esta sociedad, en el ámbito político, anda siempre a la búsqueda de consensos, que en el fondo no son más que arreglos dictados por las conveniencias, cuando el testimonio más firme y apreciado de nuestro muy peculiar experimento democrático ha sido la falta de unanimidad.

La experiencia indica que esos modelos de consenso total no son senderos seguros hacia un propósito colectivo. Lo que deberíamos buscar es una forma de pluralidad que nos aleje de una consigna alrededor de la cual podríamos terminar sepultando la libertad y el derecho a ser individuos con personalidad, gustos y defectos propios. La mejor garantía de preservación de las instituciones democráticas, con todo y lo débiles que ellas han sido, es el desacuerdo. Cuando todos en este país coincidamos, como ya una vez ocurrió en un pasado por desgracia todavía reciente, ese día la libertad habrá acabado.

En sus peores modalidades, la unanimidad, el consenso absoluto, ahuyenta las opciones y despoja a la sociedad de alternativas. No quiero decir que no haya reglas. Me refiero a la imbecilidad de pretender objetivos supremos con procedimientos que en la práctica constituyan medidas contra el individualismo; contra el legado más puro y positivo del ejercicio democrático que es la bifurcación, el derecho a escoger entre varias o muchas opciones, aún en los momentos de crisis.

La falta de diversidad es perniciosa. Si insistimos en suplantarla acabaremos obligados a leer textos oficiales, perteneciendo a un solo partido o profesando una sola fe religiosa. Celebremos que las diferencias sigan siendo una de nuestras grandes prioridades nacionales.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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