Se dieron dos procesos paralelos simultáneamente, el de jornadas y convulsiones políticas con objetivos trascendentes y el otro proceso la competencia electoral. Eran dos procesos que en la percepción general se mezclaban, pero eran diferentes aunque a veces se confundían.
El líder político, con perfil de Estado e histórico, no se deja confundir y tendrá como prevaleciente y determinante el proceso político. El electoral adquiere la misma categoría cuando se sitúa parejo y fortalece al proceso político.

Sacrificar el proceso político a cambio de llegar a ser presidente o sacrificar el ser presidente para no abandonar una causa que descansa en el proceso político, es una alternativa que diferencia el tipo de liderazgo; el primero es con una premisa de ganar y sólo ganar; el segundo asume lo trascendente en beneficio de la gobernabilidad, progreso y bienestar de la población.

Jugar al mismo tiempo los dos papeles, el electoral y el político, si no pueden conjugarse constituye un gran desafío. Leonel lo sabía, por lo que fue conjugando ambos roles, hasta el momento en que era inevitable arriesgarse a perder y no ganar sin decoro y atado.

Como líder político le dio sentido de participación a una población joven que reclamó respetar las normas constitucionales que marcan un régimen social, democrático y de derechos, y que establecen límites en el mandato y ejercicio del poder. Esos jóvenes se fueron a la Plaza de la Bandera y se vistieron con los colores y símbolos patrios, reclamando respeto a los derechos, a la equidad, a la institucionalidad del Estado y, de forma específica, a la funcionalidad y eficiencia de la JCE.

Lo que se pretendió descalificar como una lucha interna en el partido de gobierno, pasó a ser una jornada nacional asumida por el país, protagonizada por los jóvenes y sustentada por Leonel, para evitar la instauración continuada de un gobernante omnipotente y violador de ese Estado social, democrático y de derecho.

Todas las escaramuzas realizadas desde el gobierno para volver a tocar la Constitución, como lo hizo en el 2015 para reelegirse en el 2016, y volver hacerlo ahora en el 2020, fueron desmontadas. Las manipulaciones para desnaturalizar la Ley de Partidos y la complicidad y tolerancia de la JCE, situándose junto al gobierno, de nada sirvieron.

Esa complicidad sólo sirvió para montar un fraude en las primarias de octubre y que, al intentar repetirlo en las elecciones municipales de febrero, hizo abortar esos comicios. Previamente el IFES había colocado 9 capas de seguridad al sistema electrónico y eso provocó el aborto. Luego, la OEA auditó lo sucedido y localizó 21 hallazgos o delitos electorales y de alta tecnología.

La jornada política-electoral se centró en un grito de guerra, Leonel la lanzó “e’pa fuera que van”; Johnny Ventura la musicalizó “se van”. Finalmente fueron los resultados, se van y la Fuerza del Pueblo surge como uno de los partidos mayoritarios y éticamente diferenciado de lo que dejó atrás.

No he visto un leonelista llorar porque no ganó Leonel; más bien, dispuestos a construir su partido. En cambio, el que ha ganado se muestra torpe integrando un gobierno atado con grupos empresariales y no con su propia base ni con una población que espera pluralidad y no compromisos con políticas neoliberales.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas