Los libros de la Colección Cultural Codetel son lumbreras a través de las cuales hemos podido escrutar nuestra vida remota. La ciudad de Santo Domingo; el pensamiento económico, político y literario en el siglo XX; el desarrollo de la telefonía; la historia de la artes plásticas desde los días de la independencia; el merengue, el bolero, el béisbol y la gastronomía dominicana fueron los temas cubiertos en esta compilación, dirigida por el notable intelectual José Rafael Lantigua.

En diciembre del 2005 circuló el volumen VIII de la colección, denominado “El bolero: Visiones y perfiles de una pasión dominicana”. Luego, en abril del 2009, surgió una segunda edición de la obra, en el marco de las actividades del III Congreso Internacional (de) Música, Identidad y Cultura en el Caribe, celebrado en el Centro León de Santiago.

El libro está constituido por tres secciones: “Ecosistema del bolero dominicano”, de Marcio Veloz Maggiolo; “Perfiles del bolero dominicano”, de José del Castillo”; y, por último, “Hitos del bolero dominicano: Una visión apasionada”, del autor de estas líneas.

Dado que ambas ediciones están agotadas, y ante la petición de un puñado de amigos, hemos accedido a reproducir nuestro ensayo en esta página semanal.

Definición y orígenes del género

El bolero viene de muy hondo y de muy lejos. José (Pepe) Sánchez (1856-1918), un mulato sastre y poeta, natural de Santiago de Cuba, escribe en 1885 el bolero Tristezas, y esa fecha se establece convencionalmente como el punto de nacimiento del género. (En ese entonces el bolero constaba de dos períodos musicales de dieciséis compases, separados por un pasaje instrumental al que llamaban ‘pasacalle’).

Ya a lo largo del siglo XX, como una inmensa oleada que traspasa las aguas del Mar Caribe, aquella canción un poco italiana, siempre en la nota sentimental y melancólica, estrechamente ligada al bambuco colombiano y a la canción mexicana y, sin embargo, muy criolla para los oídos criollos, que los trovadores cantaban a media voz, cerrando los ojos, sufriendo y suspirando sobre las cuerdas de sus guitarras, evoluciona hasta materializar la naturaleza, el ser y las pasiones –ethos y pathos– del hombre y la mujer caribeños.

En un intento de definir el bolero, Clara Román-Odio dice: “Siguiendo la tradición del discurso amoroso de Occidente –que entronca, primero, con la lírica provenzal, luego con el romanticismo y, más tarde, con el modernismo hispanoamericano–, el bolero pone en escena al individuo en su búsqueda de la ‘alteridad’, es decir, de ‘el otro’, de ‘la otra’. Igual que la cantiga y la canción medieval, el bolero se destina al canto, a la comunicación oral a través de un intérprete. Y también al baile, mediante el cual la pareja, abrazada y moviéndose a un ritmo lento, actualiza como suyo el drama que la canción representa”.

En 1906, Alberto Villalón presenta una revista musical (‘El triunfo del bolero’) en el Teatro Alhambra de La Habana. Después, durante cien años germinan los boleros en Cuba y México, en Puerto Rico, Colombia, Venezuela y la República Dominicana. Más que un género, el bolero ha de ser una atmósfera, un clima, una tensión. Hasta Brasil, Argentina y Chile se extienden los aires de esta melodía concisa, de carácter sentimental, consanguínea del danzón cubano y de la contradanza en 2×4. Las letras aluden a los afectos sencillos e instintivos, así como a los amores imposibles y a las pasiones extraviadas. El bolero nace con expresiones propias y, al mismo tiempo, se apropia de los versos de Luis Urbina, de Amado Nervo y de Pedro Mata.

Manuel Ponce, el Tata Nacho, Guty Cárdenas, Agustín Lara, Alfonso Esparza Oteo, Joaquín Pardavé y María Grever escriben los primeros boleros mexicanos del siglo XX. Nacen, de esta suerte, temas como ‘Estrellita’, ‘Ojos tristes’, ‘Borrachita’, ‘María bonita’, ‘Un viejo amor’, ‘Negra consentida’ y ‘Cuando vuelva a tu lado’. En Cuba, Miguel Matamoros, Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Eliseo Grenet, Julio Brito y Osvaldo Farrés crean, a mediados de la pasada centuria, canciones célebres como ‘Lágrimas negras’, ‘Quiéreme mucho’, ‘Estás en mi corazón’, ‘Las perlas de tu boca’, ‘Mira que eres linda’ y ’Quizás, quizás, quizás’. Al mismo tiempo, la iluminación de Rafael Hernández y Pedro Flores produce, en Puerto Rico, joyas musicales como ‘Perfume de gardenias’ y ‘Perdón’. Esta habrá de ser la generación fundadora, la estirpe creadora del bolero americano.

Ya después de esas jornadas iniciales, afectadas por la romanza y la canción italiana, el bolero se transforma drásticamente. Las influencias son diversas: el jazz, el blues, la ranchera mexicana, el flamenco, el rock, el beguin (introducido por el gran Cole Porter y calificado por algunos como la versión norteamericana del bolero), el tango, el son, el mambo, el cha-cha-cha, el merengue.

Una generación de músicos nacidos en los primeros decenios del siglo XX revoluciona el bolero cubano de los años 40 y 50. Me refiero al grupo que componen Adolfo Guzmán (‘No puedo ser feliz’), Mario Fernández Porta (‘Qué me importa’), Juan Bruno Tarraza (‘Besar’ y ‘Alma libre’), Julio Gutiérrez (‘Llanto de luna’), Sergio de Karlo (‘Flores negras’), Orlando de la Rosa (‘Vieja luna’ y ‘Nuestras vidas’), René Touzet (‘La noche de anoche’ y ‘No te importe saber’), Pedro Junco (‘Nosotros’), César Porillo de la Luz (‘Contigo a la distancia’ y ‘Delirio’), Frank Domínguez (‘Tú me acostumbraste’ y ‘Cómo te atreves’) y José Antonio Méndez (‘La gloria eres tú’ y ‘Si me comprendieras’).

En México, asimismo, surge una numerosa y egregia hornada de creadores de textos y melodías de boleros. Hablo, entre otros, de Gonzalo Curiel, autor de ‘Vereda Tropical’; de Alberto Domínguez, compositor de ‘Perfidia’; de Consuelo Velásquez, creadora de ‘Bésame mucho’ y ‘Que seas feliz’; de Vicente Garrido, escritor de ‘No me platiques ya’, ‘Todo y nada’ y ‘Una semana sin ti’; de José Sabre Marroquín, autor de ‘Nocturnal’; de Wello Rivas, padre del bolero ‘Cenizas’; de Álvaro Carrillo, productor de boleros insuperables como ‘Amor mío’ y ’Sabrá Dios’; de Roberto Cantoral, inspirado creador de ‘La barca’, ‘El reloj’ y ‘Regálame esta noche’.

Con escasa distancia en el tiempo surgen a la vida en Puerto Rico Roberto Cole (autor del bolero ‘Olvídame’), Mirta Silva (compositora de ‘Qué sabes tú’ y ‘Tengo que acostumbrarme’), Bobby Capó (brillante creador de ‘Piel canela’, ‘El bardo’ y ‘Sin fe’) y Silvia Rexac (intuitiva creadora de canciones como ‘Olas y arena’ y ‘Nave sin rumbo’).

Hasta Argentina llega la influencia caribeña y emergen allí compositores señeros como Mario Clavell (autor de ‘Somos’, ‘Abrázame así’ y ‘Brindo por ti’) y Chico Novarro (creador de ‘Amnesia’, ‘Algo contigo’ y ‘Cuenta conmigo’).

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