Desde el inicio del virus denominado COVID-19, convertido en una de las peores pandemias sanitarias de la humanidad, se ha planteado el nivel de vulnerabilidad y la capacidad de transmisores de los niños, pero parece que esto no ha sido tomado en serio.
La irresponsabilidad de muchos padres se ha puesto de manifiesto cuando exponen a hijos, nietos y personas cercanas de la primera edad junto a los mayores de alto riesgo, con patologías terminales y quebrantos delicados como la diabetes, la hipertensión, enfermedades bronquiales y otras, que les hacen presas fáciles del terrible virus.
Incluso, hay padres y madres tan “valientes”, que no se detienen a pensar el nivel de peligro a que exponen a sus hijos cuando transitan con ellos por lugares de gran concurrencia como supermercados, bancos, mercados, parques, piscinas y otras acciones propias de la cotidianidad.
Como han mostrado los hechos, los millones de contagiados, miles de muertos y los problemas sociales y sicológicos provocados por la permanencia de este virus, no es un juego que pasa ni una amenaza simple. Es una pandemia que dejará secuelas en el desempeño humano, sobre todo, en las familias de baja economía, que tienen la necesidad de producir para sobrevivir, por lo que anteponen la necesidad de comer y disminuir carencias, a la vida misma.
Hay irresponsabilidad en muchos que no miden sus propios riesgos, ni el daño que pueden causar a los demás, al conglomerarse sin respetar la distancia, los avisos de las autoridades de salud y las medidas dispuestas para preservar su integridad y la vida misma.
Es tiempo de pensar en los demás, sobre todo, en los niños, los adultos de altos riesgos y la integridad de la familia observando las disposiciones que en este contexto han promovido hasta el cansancio los profesionales de la salud y los organismos que rigen el sistema.
Ciudadanos del mundo, dominicanos, hagamos un esfuerzo para evitar que esta pandemia retome su fortaleza y merme considerablemente la humanidad. Reflexionemos.
