La vida de Mark Twain parece en más de un sentido una broma pesada, una jugarreta del destino, una mala pasada. Sus padres procrearon siete hijos, de los cuales fallecieron tres a la más tierna edad. Apenas cuatro de ellos vivieron más allá de la infancia, como era común entonces. Mark Twain sería uno de los afortunados. Vivió hasta los setenta y cinco años una vida de infortunio: de grandes éxitos literarios y grandes infortunios.

Las desgracias familiares empezaron a ocurrir desde su más tierna edad. Su hermano Pleasant murió en 1829 cuando apenas tenía seis meses. Su hermana Margaret falleció en 1939 a los nueve, cuando él tenía tres años, y su hermano Benjamin a los diez en 1842, tres años después, cuando Twain tenía seis años. Su padre murió a los 48, en 1847 dejándolo huérfano a los once. Su hermano Henry murió en la explosión de una caldera en 1848 a los veinte años. Los sobrevivientes fueron su hermano Orion, que vivió hasta 1897 y su hermana Pamela que vivió hasta1904. Su madre, Jane Lampton Clemens, tuvo una larga vida: nació en 1803 y murió en 1890 a la edad de 87 años.

Mark Twain se casó en 1870 con Olivia Langdon, una mujer excepcional que fue el amor de su vida. Con ella tuvo un hijo y tres hijas y parecía que el hado le había dado una tregua, un espacio de tiempo para restañar sus heridas. Pero no fue así. La desgracia lo perseguía y lo perseguiría hasta el fin de sus vidas.
Uno tras otro, en el curso de su amarga existencia. vería morir a cuatro de esos cinco seres queridos. Su primogénito, Langdon Clemens, murió en 1872, posiblemente de difteria o pulmonía a los diez y nueve meses, y Mark Twain hizo una crisis terrible: siempre se sintió culpable por haberlo sacado a pasear en un día muy frío y al parecer poco abrigado.

Para peor, su hija Susy (Olivia Susan), que sufría desde pequeña crisis epilépticas, falleció de meningitis en 1896 a la edad de 25 años, mientras Mark Twain se encontraba en el extranjero en una gira de conferencias.

Su esposa Olivia también había sido enfermiza desde muy joven, había padecido de algún tipo de tuberculosis y tenía una salud quebradiza. Sus quebrantos, agravados por la pérdida de sus hijos y la depresión, se agudizaron a partir de 1903 y quedó al parecer inválida o muy limitada en sus movimientos a causa de espondoliosis, una “afección degenerativa de la columna vertebral”.

Los Clemens se trasladaron entonces a Italia, en busca de un mejor clima. Pero Olivia fallecería en Florencia en 1904 de un paro cardíaco. Mark Twain quedaría nuevamente devastado, pero todavía no se había saciado la fortuna, esa “fortuna, de su mal no harta” como decía Cervantes (1). A Mark Twain le faltaba todavía ver partir a su hija pequeña, la pequeña Jean, que murió en la nochebuena de 1909, y también a su gran amigo Henry Roger, a causa de un accidente cardiovascular. Ya no le quedaban fuerzas ni ganas de vivir. Cuatro meses después fue impactado por un infarto agudo de miocardio, el 21 de abril de 1910 en Redding (Connecticut). En cambio Clara, su hija mediana, vivió hasta 1962. Fue el único de sus seres más queridos al que no vió morir.

Twain escribió, vivió y padeció entre1835 y 1910, entre la llegada y el regreso del cometa Halley con el cual se sentía de alguna manera identificado. En1909, poco antes de morir, escribió:
“Vine al mundo con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el próximo año, y espero marcharme con él. Será la mayor desilusión de mi vida si no me voy con el cometa Halley. El Todopoderoso ha dicho, sin duda: ‘Ahora están aquí estos dos fenómenos inexplicables; vinieron juntos, juntos deben partir’. ¡Ah! Lo espero con impaciencia”.

Su vida fue un largo, un quizás incesante desgarramiento existencial, una sucesión de trágicos eventos que dejaron huella en sus libros, en el pesimismo que destila gran parte de su obra, en su a veces macabro sentido del humor. Pero Mark Twain escribió un texto muy especial sobre su familia, “Un bosquejo de familia” que sorprende o deslumbra, o ambas cosas, por su fina textura, por la delicadeza y suavidad del pensamiento, por la aparente falta de resentimiento con que describe los más amargos capítulos de su vida. Mark Twain no le daba sentido al dolor, como hacen o pretenden hacer los cristianos, no lo consolaba la idea de otra vida que habría de venir. Era más bien estoico, alguien que a fuerza de sufrimiento se había construido una coraza que le permitía ejercer un dominio sobre sí mismo.
Detrás de cada palabra de “Un bosquejo de familia” está el hombre que sabe tomar distancia del pesar que lo embargaba sin dejar de traducir sus emociones. Sorprende la mesura, la parquedad de la expresión, el equilibrio emocional que refleja, por ejemplo, la descripción de la hija fallecida a destiempo. El dolor frío, contenido en el límite, por la muerte de la hija, por la hija reintegrada, como diría Moreno Jimenes.

Un bosquejo de familia
Mark Twain

Susy nació en Elmira, Nueva York, en casa de su abuela, la señora Olivia Langdon, el 19 de marzo de 1872, y después de probar y degustar la vida, junto con sus problemas y misterios, bajo diversas circunstancias y por lugares distintos, la misma casa fue testigo de cómo la llevamos al cementerio el 20 de agosto de 1896 a la edad de veinticinco años.

Tenía todo un repertorio de sentimientos, y estos eran de todo tipo y magnitud; y era tan volátil de niña, que a veces todos en su conjunto entraban en juego durante el corto transcurrir de un día. Estaba llena de vida, de actividad y de fuego. Sus horas de vigilia consistían en una apresurada procesión de entusiasmos que se diferenciaban los unos de los otros tanto en origen y aspecto como en temática. Alegría, tristeza, enfado y remordimiento; tormenta, luz, lluvia y oscuridad —allí estaban todos—: se presentaban en un instante y con la misma premura ya se habían marchado. Su aquiescencia era vehemente, su desaprobación, igualmente colérica, y las dos se desvanecían con rapidez. Sus lazos afectivos eran fuertes, y hacia algunas personas, el amor adquiría el carácter de la adoración.
Especialmente así era su actitud hacia su madre. En todas las cosas desprendía intensidad: y no estoy hablando de un mero brillo que emitiera calor, sino de un fuego incontenible. Su madre se las arreglaba para manejarla, pero cualquier otro que lo intentara estaba destinado al fracaso. La gobernaba por medio de las emociones y con mucho tacto, haciendo uso de una verdad libre de engaño o truco alguno, de una firmeza constante, y de un sentido de la justicia insobornable, que juntos nutrían la confianza de la muchacha.

Susy aprendió desde muy pequeña que había una persona que no le diría lo que no era y cuyas promesas, tanto de recompensa como de castigo, se mantendrían siempre de manera estricta; que había alguien a quien obedecer, pero cuyas órdenes no se impondrían nunca de forma ruda o con muestras de enfado.

Debido a su educación, Susy cumplía sus mandatos casi siempre de forma inmediata y voluntaria, y raramente con desgana. Respondía ya automáticamente a fuerza de hábito y apenas le suponía siquiera un esfuerzo. Desde muy temprana edad ella y su madre se hicieron amigas, compañeras, íntimas y confidentes y permanecieron así hasta el final.

(1)(http://www.dendramedica.es/revista/v10n2/Mark_Twain.pdf. l

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