Ayer, último domingo y a la vez día final de mayo, celebramos los dominicanos el día de las madres. De extraño sabor y desacostumbrada forma, esta particular conmemoración, en medio de una pandemia cargada de incertidumbres diversas, de miedos disfrazados, de contaminantes ocultos, donde los abrazos pueden tornarse agresiones y los besos atentados invasivos de alto riesgo. Un ejercicio de difícil adaptación de madres enclaustradas, con hijos cautivos, tratando de encontrarse en un punto seguro para que ninguno se convierta en vector de contagio. Con hábitos patas arriba, el encierro hace que la ansiedad nos impulse a comer y si se trata de niños, a devorar dulces y golosinas al alcance. El cautiverio ha despertado creatividades artísticas desconocidas provocando que a algunos les dé por actuar con voces ajenas, dejando salir al comediante oculto que todos llevamos. Y se atreven a publicarlo… Este encierro ha despertado en padres, la cocinera que duerme en su interior, haciendo un excelente papel de madre chef y para los que no hubo felicitaciones ayer, a pesar del instinto manifiesto. Un tipo de madre nueva, que surge en el enclaustro, es la madre desinfectante, que armada de atomizadores manuales, rocía al que llega, con profusa lluvia de los nuevos productos matavirus, de amplio espectro, obligando a dejar los zapatos afuera y a cumplir rígidos protocolos sanitarios. Se destaca la madre sargento a la que las órdenes le brotan a borbotones, sin espacios ni tiempo para escapar y pobre del que se resista. Surge en este tiempo de encierros, la madre de la súper limpieza que en sus afanes quiere “desollinar” cada rincón, persiguiendo a un virus mutante y escurridizo que no se deja ver. Escasa pero presente, la madre hipocondriaca que en cada información cree identificar síntomas propios y en los suyos. Lo cierto es que en este enclaustro forzado en el que destacamos el papel de madres, se manifiesta ese instinto protector multiplicado, la inclinación precautoria como antídoto del miedo que aplasta, con la seguridad que contagia. Pudiéramos describir muchos géneros, especies y sub especies de madres, nacidas a partir del “vainavirus”, que ha potenciado exponencialmente los instintos viscerales de madre. Alguien decía que estamos todos en el mismo barco y nada más alejado de la verdad. En el mismo mar, navegamos con igual propósito, en naves diferentes, Las madres que tienen niños en edad escolar se han convertido en heroínas anónimas de la educación digital, mientras siguen siendo lavanderas, cocineras, resuélvelo todo, madres pulpos, consejeras personales, enfermeras de daños físicos y emocionales, y algunas, de ñapa, trabajan. Celebraciones peculiares, tiempos distintos, época de crisis pero siguen siendo multifacéticos máquinas propiciadores de amor infinito e incondicional, provocadoras de equilibrios y armonías en los hogares alterados, por un mundo al revés.

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