La pandemia de coronavirus que mantiene al mundo patas arriba, y que ha obligado a la adopción de medidas extraordinarias en todos los sentidos, en lo concerniente a la República Dominicana, por de pronto, ha provocado la reprogramación de las elecciones generales fijadas ahora para el 5 de julio.
Es una fecha que puede considerarse aún tentativa, en razón de que ni las propias autoridades sanitarias del país están en condiciones de adelantar, con algún nivel de certeza, que para entonces habrá remitido la pandemia de COVID-19, y, por consiguiente, que estaremos listos para los comicios.

Sin embargo, de lo que estamos plenamente seguros es de que las próximas serán unas elecciones que rebasarán el marco de lo medianamente normal, pues estaremos en presencia de una campaña electoral sui géneris, al menos para lo que ha sido tradicional en nuestro país.

Es decir, una campaña con ausencia total de caminatas, marchas, caravanas, mano a mano, bandereos, mítines con pica-pollo incluido, etc.

Ante la ausencia forzosa de esa parafernalia tradicional en nuestras campañas políticas se impone la implementación de alternativas para llegar a los votantes de manera no presencial, o sea, interactuando con ellos por vía de las diversas modalidades que proporcionan las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).

Mantener diálogos virtuales con participación simultánea de decenas de personas será vital para comunicar efectivamente ideas y proyectos, no la simple difusión de mensajes enlatados que el votante está obligado a digerir sin debatirlos ni confrontarlos con la realidad distinta a lo que se pretende vender en el spot.

Es en este nuevo escenario donde el candidato del Gobierno queda fuera de liga frente a un maestro de la comunicación de masas como Leonel Fernández, o un expositor con dominio del escenario como Luis Abinader, laguna que pretende llenar suplantando al Gobierno.

Si el postulante del Partido de la Liberación Dominicana no ha sido capaz de intercambiar, por ejemplo, con la Asociación de Jóvenes Empresarios, o dejó plantados a los conductores de El show del mediodía, hemos de suponer que no accedería a una conversación múltiple con interlocutores ubicados en todos los estratos sociales, cada cual con visiones distintas sobre nuestra realidad.

El señor Castillo es un aspirante presidencial para la vieja forma de hacer campaña, consistente en montarse en una tarima a hablarle a una audiencia afín por tratarse de militantes movilizados por la maquinaria a sólo escuchar, aplaudir cualquier tontería, y callar.

De modo que ese tipo de candidato no está apto para una campaña que la pandemia coloca más cercana al proselitismo usual en naciones del primer mundo, y lejos de nuestra cultura electoral, bullanguera, bebedora y picapollera.

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