El reconocimiento colectivo de la importancia del turismo para la economía del país es uno de los derivados positivos de la crisis en este sector, que inició con la campaña negativa en Estados Unidos (julio/2019) con la mentira de supuestas “muertes misteriosas” de vacacionistas estadounidenses, y que ahora se profundiza con la hecatombe mundial provocada por la gripe china.
El año pasado cerró con una caída de la llegada de turistas del 9.4% y el 2020 comenzó con un decrecimiento del 9.3% en enero y un 8.8% en febrero. Tenemos 8 meses con resultados en rojo.
Por esto, el gravísimo problema que nos crea el COVID-19, que vapulea el planeta, incluyéndonos, encuentra nuestro sector turismo en un notable estado de debilidad tras 8 meses continuos de resultados negativos y grandes pérdidas; situación ante la cual líderes de diferentes sectores económicos y voceros del Gobierno han expresado su preocupación y la necesidad de apuntalarlo, reconociendo el importante rol que tiene para la estabilidad económica. Los datos alarman. En el período junio 2018-febrero 2019 recibimos 4.1 millones de turistas y de junio 2019-febrero 2020 no crecimos y perdimos 928 mil turistas, (-22%). Además del impacto directo en la hotelería, principal núcleo de la industria turística y que ha dejado de recibir por lo menos unos US$300 millones en ingresos desde junio pasado, el efecto negativo se expande a sectores productivos cuyas ventas al turismo son vitales para su negocio, incluyendo el agro y la agroindustria, pequeñas y mediana empresas, y comunidades y regiones enteras que verán languidecer su economía. Es un proceso que ya comienza a sentirse en el Este, el Norte y Samaná y se agravará en las próximas semanas, por el cierre de la mayoría, y en algunos casos de todos los hoteles; y provocará una grave crisis con buena parte de los 350 mil empleados del sector en la calle. Esto afectará los productores agropecuarios y la agroindustria (alimentos, bebidas y otros), suplidores de combustibles, la construcción, suplidores de energía, comunicaciones, bancos, servicios de salud, transporte, actividad inmobiliaria, venta de artesanía y bienes culturales y otros servicios. Ciudades como Punta Cana, Higüey, La Romana, Boca Chica, Samaná, Las Terrenas, Rio San Juan, Sabaneta de Yásica, Gaspar Hernández, Cabrera, Cabarete, Sosúa, Puerto Plata y otras verán achicarse su economía, en los casos más destacados, como Higüey, podría sentirse una gran crisis. La pregunta para la que no hay respuestas precisas es ¿Cuánto tiempo tardaremos en recuperarnos? A pesar de que mi tendencia es al optimismo, es temprano aún para tener respuestas, pero lo que si sé es que un factor determinante será el conjunto de acciones del Gobierno para apoyar el sector; pero aunque debemos esperar un poco más para proyectar lo que viene, ningún escenario de los que se vislumbra es halagüeño; y debemos dar casi por perdido el año que apenas cumplirá su primer trimestre. Muchas preguntas aún no tienen respuestas. ¿Cuántos meses tardará Europa, América del Note y del Sur en controlar la pandemia? ¿Cuántos meses para que desaparezcan las huellas el pánico que existe hoy? ¿Para que la clase media viajera, que es mayoritaria en estas regiones, supere el temor a viajar? ¿Para que las aerolíneas y empresas de cruceros –como el ave Fénix- resurjan de sus cenizas? ¿Para que los turoperadores y las cadenas hoteleras obtengan los recursos para reactivar sus servicios a plenitud? Si sugiero, que ante la fuerza de este remolino lo correcto es ocuparnos, no preocuparnos.

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