Nuestra industria turística viene de un mal año. Cerramos el 2019 con una reducción del 4.6% (-260,942 turistas) producto de una campaña de información negativa de medios de Estados Unidos, que calificaron las muertes de varios vacacionistas ocurridas en el país “muertes misteriosas”.
Fue un proceso montado a partir de hechos internos, a pesar de que tenemos una bajísima tasa de mortalidad turística, Finalmente los análisis de la policía federal de Estados Unidos demostró que fueron muertes por causas naturales. Apenas comenzamos a superar esta negativa situación, y llega el 2020, con un terremoto que estremece a la comunidad internacional provocado por la aparición del coronavirus COVID-19. Venimos de acontecimientos internos a enfrentarnos con una crisis de origen externo fuera de nuestro control.

La industria turística mundial ha mostrado gran capacidad para adaptarse a los cambios y superar los obstáculos, condiciones también presentes en nuestro desarrollo turístico. Por ejemplo, superamos el impacto negativo de la Primera Guerra del Golfo y la Operación Tormenta del Desierto en 1990. También las consecuencias negativas del ataque a las torres gemelas de Nueva York en el 2001; la crisis con el mercado inglés del 2005 y la caída de la economía en nuestros principales mercados emisores (2008-2009). Pero ahora estamos frente a un problema sanitario de escala planetaria, de una magnitud nunca antes conocida.

La coyuntura actual, para citar solo unos pocos aspectos resaltantes, suma la espectacularidad china, que presentó al mundo la aparición del virus con la cuarentena de una ciudad de 12 millones de habitantes y toda una región con más del doble de esa población. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial tenemos un país completo de Europa Occidental, Italia, en estado de sitio por el virus y casi aislado del resto del mundo; y Estados Unidos canceló por 30 días –sin previo aviso- los vuelos procedentes de Europa.

En 1991 la llegada de turistas bajó un 9.7%, pero en el 1992 logramos crecer el 23.6%. En el 2001 decrecimos un 2.8% a partir de septiembre, en el 2002 un bajamos 3.6% (en los dos años perdimos 154 mil turistas), pero en el 2003 conseguimos un extraordinario aumento de 449 mil turistas (19.5%). Con la crisis de la economía mundial, 2007 y 2008, el incremento estuvo por debajo del 2%, en el 2009 el resultado fue negativo (-0.9%), pero la industria se recuperó en el 2010 (un 3.1%).

Esta vez el coronavirus nos lo está poniendo muy difícil. De los seis principales mercados de Europa, que en el 2019, dieron señales de debilitamiento (Francia, Rusia, Alemania, España, Inglaterra e Italia) aportando sólo un millón de turistas, acumularon resultados positivos Italia (10%) y España (4%), pero ahora están duramente golpeados por la gripe china.
Estados Unidos aportó el año pasado el 41% de los turistas, pero también fue responsable del 57% de los 260 mil perdidos, e inició el 2020 con 58 mil turistas menos en enero (en el 2019 fueron -148 mil), y ahora es atacado por el virus (Nueva York ya se declaró en emergencia), y para completar la escena su presidente ha pedido a los estadounidenses cancelar sus planes de viaje.

El virus se propaga en América Latina donde el año pasado 6 mercados aportaron 730 mil turistas (Puerto Rico, Argentina, Brasil, Chile y Colombia), pero mostraron un débil inicio en enero. Sólo Venezuela reportó un crecimiento notable. Estamos en un remolino mundial imprevisto que nos reclama reflexión y tacto, ahora metidos en nuestro remolino político.

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