En un intercambio de impresiones sobre nuestros políticos, incluyéndome, afirmaba que debemos evitar la presencia de los fanáticos a nuestro lado, de esos que odian y aman con pasión, sin misericordia, irrazonables, que ven el arcoíris solo de dos colores. A esos que se dejan influenciar así, les dedico este artículo.

Nuestros abuelos, con su natural sabiduría, nos advertían que nos cuidáramos de “las malas juntas” porque solían hacernos fracasar; pero también nos aconsejaban: “Ese muchachito que anda contigo se nota que es gente, me inspira confianza, de seguro viene de buena familia”. Y con lo de “buena familia” se referían a valores morales, no al dinero.

En no pocos casos vivir felices o desdichados, derrotados o exitosos, depende de los amigos que elegimos. Un buen amigo te motivará a ser mejor persona; uno inadecuado te hará tropezar y no dudará en lanzarte al pantano infectado de fieros animales. Entre estos últimos están los promotores de odio.

Esos individuos de corazones marchitos anularán tu visión y destruirán tu presente y tu futuro; aléjalos rápido, para no amargar tu existencia y la de los tuyos. Ellos me han hecho creer en la mala suerte, esa que nace irremediablemente de las incorrectas compañías y de las macabras voces que intentan corromper nuestra conciencia.

Si quieres avanzar, camina junto a los amigos que promuevan el amor y la fraternidad, a los positivos y justos, a los que tengan fe en el porvenir y comprendan la importancia del cumplimiento del deber.

Un amigo de verdad nos susurrará constantemente al oído que hagamos el bien, que resaltemos más la solidaridad con el prójimo, al igual que la integridad de nuestras actuaciones y pensamientos. Y, a modo de paréntesis, reflexiono que hacer el bien tiene mucho de egoísmo sano, pues en ocasiones se siente más satisfecho el que lo realiza que quien lo recibe; quizá por esa razón nos enseñó Aristóteles que la felicidad consiste en hacer el bien.

Un amigo sincero nos ayudará simplificar las cosas, a sabiendas de que la sencillez es una virtud que nos engrandece y que danzamos al compás de risas y llantos, de amores y sinsabores, de ilusiones y realidades.

El amigo que nuestros abuelos querían para nosotros propicia que tengamos grandes y sanas metas, porque nadie se eleva más allá de lo que aspira, porque nuestra existencia debe estar guiada por el corazón y la cabeza.

Por el corazón, para sentir que vivimos y que podemos lograr lo que nos proponemos, siempre actuando de buena fe, con nuestro espíritu limpio. Por la cabeza, analizando seriamente cada paso a dar, ajenos de emociones dañinas, seguros de las decisiones a tomar.

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