En la calle Mercaderes en la Habana Vieja, también me deleita la Casa Museo del Chocolate, aunque en este viaje noté que se encuentra en proceso de restauración, un gran mérito de la Oficina del Historiador de la ciudad, al frente de Don Eusebio Leal Spengler, porque hablar del casco antiguo sin tomar en cuenta este caballero, sería desconocer el valor que conserva la ciudad que, a diferencia de otras en el mundo, se ha venido restaurando, y no reconstruyendo.

Considero que el proceso de restauración y puesta en valor de La Habana Vieja es de los elementos que permiten que se conserve la magia de poder viajar en el tiempo, de que todo se intente preservar con la alquimia perfecta ante los embates de los años y las inclemencias de la naturaleza.

Así se erige mi Habana, vista desde la Cámara Oscura en la misma calle Mercaderes haciendo esquina con Teniente Rey y dando paso a la Plaza Vieja. Qué gusto poder ascender en el edificio Gómez Vila para reconocer tus edificaciones más emblemáticas ciudad mía, a través del lente de un artefacto antecedente inmediato de la fotografía por medio de un fenómeno físico que se produce en el periscopio de casi 40 metros de altura.
Allí se reflecta la ciudad del apóstol José Martí por medio de una combinación de lentes y espejo, dejándose admirar por todos aquellos que siguiendo los consejos del zorro en la obra del “Principito”, empezamos a comprender que “lo esencial es invisible a los ojos”.

La Plaza Vieja, es la más amplia y heterogénea, en ella encontraremos tiendas, restaurantes, además de viviendas, destacando la Casa de la Cerveza, casi todas estas edificaciones con la presencia de arcos y columnas, además de hermosos vitrales que llenan de luz y color todo el espacio.

La perspectiva que ofrece poder mirar hacia el fondo de alguno de los pasillos entre palacetes es impresionante, es como si asistiéramos a un a un punto de fuga en la vida real, no ya en el cuadro.

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