Los terremotos son las amenazas naturales que producen el mayor pánico que experimenta cualquier sociedad, y representan el mayor desafío para la comunidad científica que estudia la sismicidad y trata de encontrar tecnologías que permitan conocer, con horas de anticipación, el posible lugar donde se ha de producir un próximo gran terremoto, y por ello, en marzo de 2012, publicamos un artículo en el periódico El Día, titulado: “Electromagnetismo y predicción de terremotos”, en el cual decíamos que si queremos pronosticar los terremotos debemos instalar sensores de ondas electromagnéticas de baja frecuencia, porque las altas presiones generadas por los fuertes empujes que se producen a lo largo de los bordes de contacto entre las placas tectónicas producen múltiples efectos piezoeléctricos en los silicatos constituyentes de las rocas de la corteza terrestre, y esas microdescargas eléctricas ionizan la atmósfera y producen una perturbación local en el campo electromagnético regional en los días previos a un gran terremoto.

Posteriormente, en fecha 28 de marzo de 2018, un grupo de científicos chilenos liderados por el profesor Enrique Cordaro, de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, publicaron haber desarrollado una metodología que detecta y mide anomalías en el campo magnético de la Tierra, las cuales podrían pronosticar terremotos con 30 días de anticipación, porque en los lugares donde se produjeron grandes terremotos hubo bajas de emisión del campo magnético con 30 días de antelación, ya que el campo magnético de la Tierra no es un espacio físico, sino un conjunto de ondas electromagnéticas que están en constante relación de frecuencia e intensidad.

Pero ya en el año 2010, Liu Jann-Yeng y Yen Horng-Yuan, profesores investigadores del departamento de geociencias de la universidad de Zhongli, Taiwán, habían publicado en la revista científica “Journal of Geophysical Research”, que existe una conexión entre las vibraciones de la ionosfera y los posteriores terremotos, ya que, según sus observaciones y mediciones, “un movimiento sísmico de 8 metros en la corteza terrestre se traduce en una vibración de 80 kilómetros de la ionosfera, lo que permite detectar terremotos con 60 a 90 minutos de anterioridad, gracias a la relación directa que existe, y que es medible, entre los lentos procesos de roturas sísmicas de las rocas silíceas que integran la corteza terrestre o litosfera, las perturbaciones electromagnéticas en el campo electromagnético natural de la Tierra, y la incidencia de esas perturbaciones en los niveles medibles de ionización en la ionosfera, por lo que las mediciones permanentes de la relación física entre el campo electromagnético alrededor de la litosfera y el conteo de la concentración de iones en el aire de la ionosfera, nos permitiría adelantarnos al menos una hora a un gran terremoto.

Y es que la ionosfera es la capa de la atmósfera que está compuesta por capas de aire ionizado, es decir, cargado con iones positivos y negativos, la cual se extiende desde una altura de 80 kilómetros sobre la superficie terrestre hasta una altura de 640 kilómetros, y es allí donde se producen vibraciones como reflejos de los procesos de roturas sísmicas ocurridos sobre la corteza terrestre, lo cual es conocido desde el gran terremoto de Anchorage, Alaska, ocurrido en marzo de 1964, donde quedó evidenciada una correlación entre los sismogramas registrados en las estaciones sísmicas y las variaciones en los ionogramas registrados a diferentes alturas de las capas ionosféricas en función de variaciones de la frecuencia de las ondas reflejadas que fueron observadas desde tierra mediante ionosondas y radares, y las que son medidas en el mismo aire mediante los satélites, lo que comenzó a sugerir que al detectar el momento, lugar y magnitud de la vibración en la ionosfera, se puede determinar la ubicación y magnitud de un próximo terremoto.
Por ello, los datos obtenidos mediante el análisis del contenido total de electrones (TEC), presentes en la ionosfera como resultado del retraso en las señales electromagnéticas registradas en el sistema global de navegación por satélites (GNSS), nos permiten detectar, a nivel global, y con alto nivel de confiabilidad, cambios bruscos en la ionosfera que pueden ser asociados con grandes terremotos que están por ocurrir.

De igual modo, en los días previos a los recientes terremotos de Puerto Rico, Héctor Pérez Torres, radioaficionado, experto en electrónica e investigador residente en Mayagüez, registró perturbaciones y cambios importantes en las frecuencias de radiocomunicación local que interferían en las radiocomunicaciones, y así nos lo ha referido en conversación telefónica, perturbaciones que también fueron registradas por otros radioaficionados de Mayagüez, estando confiados en que la instalación de múltiples antenas podría ayudar a pronosticar terremotos.

De ahí que si muchos animales pueden detectar las señales previas a grandes terremotos, los seres humanos podríamos hacer lo mismo instalando sensores y antenas que identifiquen perturbaciones en el campo electromagnético; y toda inversión, pública y privada, que se haga para tales fines, estará más que justificada y recompensada con la tranquilidad que busca nuestra sociedad que entra en pánico cada vez que ocurren terremotos.

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