«Toma las cosas por el lado bueno»
Los del Sur pelean cuerpo con cuerpo, beben el uisge beata (el agua de la vida) y provocan a los osos. Cualquiera del Norte se resiste a lidiar en un duelo cuando hay un furioso sureño desafiando.

Los del Sur aman lo agrícola y las costumbres sencillas. Son autosuficientes, afectuosos e irreverentes. Carecen de control y se comportan de manera un tanto primaria. En el Sur, el cabello corto y el atuendo llano están reemplazando las trenzas, el pelo empolvado y las hebillas en los zapatos.

Los del Norte son arrogantes, vanos y educados, encantadores y patrióticos y aristocráticos. Uno del Norte figurará como despreciativo y sediento de poder o, por contraste, aparecerá tan débil de espíritu que necesitará de hombres y de gobiernos poderosos para su resguardo.

«Me gustan más los ensueños del futuro que las historias del pasado»

El hombre asegura que el papel moneda es una calamidad porque saca de la economía el ‘dinero bueno’ (las monedas de oro y plata). Su filosofía económica proviene de los fisiócratas franceses. Piensa él, además, en la necesidad de custodiar a los empresarios porque crean monopolios y buscan especiales privilegios de los gobiernos.

Todos le oyen predicar acerca de un sistema de ‘libertad natural’ que no asigna favores especiales a nadie, regido únicamente por la infinita templanza del mercado.

«Un insulto tragado pronto produce otro»

En el Norte se le mira como a un anarquista vinculado a la secta de librepensadores de los ‘Iluminados de Baviera’, instigadores fehacientes de la Revolución Francesa. Pero muchos saben, en el Sur, que el hombre aborrece los conflictos.

Sus ideas promueven la felicidad, no el heroísmo; la sencillez, no la riqueza; la libertad, no el poder. Quienes creen en la ‘Esparta cristiana’ lo perciben como un representante del genuino Lucifer. Es la suya, no obstante, la palabra de un liderazgo indulgente y justo.

Es un falsario, opinan los del Norte. La regla de los tres quintos le otorga una maléfica ventaja: computar como tres votos legislativos enteros a cada quinteto de negros siervos. Nadie pasa por alto tan eminente paradoja: predicar devoción hacia los ideales de igualdad, libertad y republicanismo, al mismo tiempo que se mantienen aquellos seres humanos a guisa de bestias, embrutecidos y degradados.

«Yo creo bastante en la suerte. Y he constatado que, cuanto más duro trabajo, más suerte tengo»

Puesto que entienden la verdad como unitaria, muchos norteños creen en la pertinencia de un partido político único, con lo cual toda oposición deviene, así, inevitablemente pérfida.

Los federalistas se consideran un gobierno, jamás un partido. Es fiera la lucha en contra del proyecto republicano. Noah Webster propone elevar la edad de votación hasta cuarenta y cinco años, y hasta cincuenta años la edad mínima para ocupar un cargo público.

La nueva capital del país está en el páramo del Potomac, dentro de un estado esclavista. Un desvarío de bipartidismo sacude por primera vez a la nación. Comienza el siglo XIX. Thomas Jefferson es el tercer Presidente de los Estados Unidos de América.

«La guerra más exitosa rara vez paga por sus pérdidas»

El hombre camina sin peluca ni hebillas, con el cabello al aire y un mohín de severa indiferencia. Tiene el rostro pecoso y quemado por el sol. A los ojos de un británico posee ‘un estilo personal muy semejante al de un agricultor alto, de huesos largos’.

Ahora, en 1801, seis decenios antes del bombardeo confederado a Fort Sumter, Thomas Jefferson está declarando la Guerra de Secesión de 1861: treinta y cinco años después de su muerte.

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