Quizás ahora la pertinencia de Juan Pablo Duarte, sus principios, ideas y concepción de una nación libre y soberana, tenga tanto sentido como cuando gestó La Trinitaria y La Filantrópica. La nación, que hizo posible con su descomunal sacrificio, está en peligro. 207 años se cumplieron ayer del nacimiento del Juan Pablo patriótico, del Duarte Díez alma y esencia de la dominicanidad. Dos siglos y pico de ver la luz en este “valle de lágrimas”, el gestor de la idea, líder que fue capaz de convencer a jóvenes que conspiraron con él, hasta expulsar al invasor haitiano, rescatar el espíritu libertario y “parir” con dolor, la patria de nuestros amores. Al margen de todos lo histórico y circunstanciales alrededor de Duarte, es tiempo de adaptar el asumirlo como esencia nacional, a la manera de mirar la vida de los jóvenes dominicanos, a la luz de lo moderno, de la tecnología que los motiva, de su hoy y propias realidades. Nada le quita al Patricio la “humanización” de su propia vida en las biografías que se enseñan. De más importancia son sus principios fundamentales y la lucha contra los propios residentes en el territorio, criollos y extranjeros, que no creían en una nación libre e independiente. Conspiraban los que pretendían anexarnos a Francia, estimulados por el Cónsul de esa nación; los que entendían que como colonia inglesa iríamos mejor y también los que pretendían zafarnos de Haití para amarrarnos a España. Enterado Duarte de planes concretos de los francófilos, aceleró los aprestos para la declaración de independencia y de ahí el manifiesto del 16 de enero. Hoy estamos sometidos como nación a asumir planes de Canadá, Estados Unidos y la propia Francia, responsable histórica de la existencia de la colonia esclavista más brutal. La brutal invasión pacífica que sufrimos en los últimos decenios sobrepasa por mucho la capacidad de absorción del Estado Dominicano. En los últimos días ha circulado videos en las redes, donde se muestra el primitivismo del migrante haitiano, procedente del país más insalubre de América, donde persisten enfermedades previamente erradicadas en el territorio nacional y que las reeditan; seres carentes de la más elemental educación, poseedores de una cultura antagónica a la nuestra, de esencia tribal africana; personas que profesan creencias religiosas en ruta inversa a las criollas; a más hablar un dialecto gutural, ininteligible para los nuestros. Los líderes haitianos, promueven de aquel lado, el odio contra los dominicanos y les inculcan ideas de propiedad, con estímulos y sueños de reconquista, presa fácil para planes ajenos de unificación, con clara complicidad de definidos criollos. La invasión por el útero es otro de los medios, acusándonos de tener infinidad de apátridas, aun cuando su constitución define como haitiano a los hijos de esos nacionales, adonde quiera que se encuentren. Que viva Duarte y sus ideas…

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