En junio del año 1939 en casa de mis bisabuelos, Adolf y Marianne Steinberger, situada en la calle Lindenstrasse frente al río Sauer, en la población de Bollendorf, vivían ocho personas. La casa, de cuatro niveles, tenía la tienda familiar a nivel de calle y el resto de la vivienda la ocupaban tres familias, mis bisabuelos y las familias de sus dos hijas, Erna, casada con Herbert Plonsker, e Irma mi abuela, casada con Isidor Stern, mi abuelo. También allí vivían mi padre Norberto y su hermano, Arnoldo. En ese mes de junio mi abuelo Isidor había tomado la decisión de marcharse de Alemania, alarmado por la situación imperante que estaban soportando los judios en ese pais, de continuas agresiones que hacia ellos protagonizaban los nazis. Mi bisabuelo Adolf, en cambio, no quiso, no pudo o no creyó en la necesidad de dejar su tierra, pues era su opinion que siempre había vivido en ese, su pueblo, que había servido a Alemania como soldado y combatido por ella en la Primera Guerra Mundial, y que permanecería en el país alemán como tal.

Isidor, mi abuelo con 44 años de edad, ya había solicitado para los ocho que vivian en la casa de Bollendorf, visa de emigrante hacia los Estados Unidos, donde residían familiares. La visa tardaba y decidió por su parte iniciar la salida antes. Supo que República Dominicana era el único país (de los 41 que asistieron a la Conferencia de Evian en 1938) que entonces aceptaba hasta cien mil refugiados europeos y, allí se dirigió con su esposa Irma, mi abuela, y sus dos hijos Norbert de 12 años (mi padre) y Arnoldo, (mi tío) de 6. Mis abuelos y sus hijos llegaron al puerto de Santo Domingo a principios de julio de 1939 y meses más tarde se trasladaron a Santiago de los Caballeros, donde residieron hasta su muerte, con excepción de mi padre que vivió en Santo Domingo desde 1957.

La visa Americana cuando llegó, en 1942, ya fue tarde. En 1941 mis bisabuelos huyeron a Luxemburgo donde fueron arrestados y deportados al campo de concentración de Treblinka, junto a mi tía abuela y su esposo, donde fueron asesinados en septiembre de 1942. Mi abuelo tampoco usó esa visa, decidió quedarse en esta tierra bendita donde han hecho vida sus hijos, nietos, bisnietos y un tataranieto. Igual suerte corrieron seis hermanos de mi abuelo en su pueblo natal, Burghaun, asesinados en otros campos de concentración con sus familias enteras. Su hermana Adelheid, asesinada a la edad de 81 años, o la familia de su hermano Levi Stern, un año mayor que mi abuelo, deportados de Burghaun en 1941 a Riga y, finalmente, asesinados en el campo de exterminio de Auschwitz en noviembre del 1943. Junto a Levi, mi tío abuelo, murieron su esposa Ida, con 37 años y sus hijas Marianne de 10, Irene de 9 y Alice de 8 años. En ocasión de la Conmemoración en estos días del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz y la recordación del Holocausto, los que perdimos familiares en ese horrendo acontecimiento no olvidamos, y estamos atentos a cualquier manifestación de antisemitismo, xenofobia o cualquier otra forma de discriminación por raza, credo o género. La terrible experiencia del Holocausto, nos debe servir para promover una actitud de tolerancia y respeto hacia todos los seres humanos. ¡Qué no se repita!.

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