Introducción

Queremos traer a la memoria dos párrafos de las Cartas Pastorales de los Obispos dominicanos: uno de la Carta Pastoral de 1960, enfrentando la tiranía de Trujillo; el otro justamente de 60 años después, en 2020.

1. La Carta Pastoral de 1960, referente de respeto y promoción
de la vida y la dignidad humana.

“La raíz y fundamento de todos los derechos humanos está en la dignidad inviolable de la persona humana. Cada ser humano, aún antes de su nacimiento, ostenta un cúmulo de derechos anteriores y superiores a los del cualquier Estado. Son derechos intangibles, que ni siquiera la suma de todas las potestades humanas puede impedir su libre ejercicio, disminuir o restringir el campo de su actuación.

Por eso, la Iglesia Católica, Madre universal de todos los fieles, ha sido en todo momento la defensora más ardiente y más sufrida de esos sagrados derechos individuales. En pro de ellos ha escrito las Encíclicas más sabias; en pro de ellos sus hijos han derramado la sangre; en pro de ellos está siempre dispuesta a dar, como su Divino Fundador, elocuente “testimonio de la verdad” (Jn. XVIII, 37).

En efecto, ¿A quién pertenece el derecho a la vida, bien radical de todo ser que aparece sobre la faz de la tierra, sino únicamente a Dios, Autor de la vida?

De este derecho primordial brotan todos los demás derechos inherentes a la naturaleza humana, dado que todo hombre está ordenado a la procreación y a la vida social, puesto que así es como logra alcanzar su perfección y su fin último, que es Dios.
De aquí, el derecho a formar una familia, siguiendo cada cual, en la elección del cónyuge respectivo, los dictados de una sana conciencia, recta y libre.

De aquí, el derecho al trabajo, como medio honesto de mantener el hogar y la familia, y del cual no puede privarse a nadie.
De aquí, el derecho a la emigración, según el cual, cada persona o familia pueden abandonar, por causas justificadas, su propia nación para ir a buscar mejor trabajo en otra nación de recursos más abundantes o gozar de una tranquilidad que le niega su propio país.

De aquí, el derecho a la buena fama, tan estricto y severo que no se puede pública o privadamente, no solo calumniar, sino también disminuir el buen crédito que los individuos gozan en la sociedad bajo fútiles pretextos o denuncias anónimas, que sabe Dios en qué bajos y rastreros motivos pueden inspirarse.

No queremos, amadísimos hermanos, entretenernos en señalar y comentar brevemente los demás derechos naturales que acompañan a los arriba aludidos, pues es bien sabido cómo todo hombre tiene derecho a la libertad de conciencia, de prensa, de libre asociación, etc., etc.

Reconocer estos derechos naturales, tutelarlos y conducirlos a su plena perfección material y espiritual, es misión sublime de la Autoridad civil y de la Autoridad eclesiástica, trabajando cada cual desde su propia esfera y con sus medios propios.

Lo contrario a eso, constituiría una ofensa grave a Dios, a la dignidad misma del hombre- hecho a imagen y semejanza del Creador-, y acarrearía numerosos e irreparables males a la sociedad.

Para evitar y alejar de nuestra querida Patria los males que lamentamos, y para conseguir toda suerte de bienes espirituales y materiales, a los cuales todo hombre tiene perfecto derecho, elevamos a la Santísima Virgen de la Altagracia nuestras preces fervorosas, a fin de que Ella continúe siendo la esperanza y el vínculo de unión entre los dominicanos, especialmente en estos momentos de congoja y de incertidumbre.

Con estas oraciones comunes imploramos a Dios misericordioso que la auspiciada concordia y paz llegue a establecerse, y que los sagrados derechos de la convivencia humana, que tanto contribuyen al bien de la verdadera sociedad, sean por todos debidamente reconocidos, legítima y felizmente ejercidos.

Antes de concluir la presente Carta, no podemos sustraernos al grato deber de comunicaros que, acogiendo paternamente vuestros llamamientos- que hacemos nuestros-, hemos dirigido, en el ejercicio de nuestro pastoral ministerio, una carta oficial a la más alta Autoridad del país, para que, en su plan de recíproca compresión, se eviten excesos, que, en definitiva, sólo harían daño a quien los comete, y sean cuanto antes enjugadas tantas lágrimas, curadas tantas llagas y devuelta la paz a tantos hogares.

Seguros del buen resultado de esta intervención, hemos prometido especiales plegarias para obtener de Dios, que ninguno de los familiares de la Autoridad experimente jamás, en su existencia, los sufrimientos que afligen ahora los corazones de tantos padres de familia, de tantos hijos, de tantas madres y de tantas esposas dominicanas”.

2. Sesenta años después: 2020.

“Con motivo de la festividad de Nuestra Señora de la Altagracia, como es tradición, presentamos unas líneas doctrinales como pastores del pueblo de Dios. Dada la coyuntura actual del presente año 2020, marcada por un intenso proceso electoral, que inicia con las elecciones municipales de febrero próximo y ha de concluir con los comicios generales de mayo, el tema se impone por sí mismo, pues no se trata de un evento cualquiera sino de la elección, mediante el ejercicio del sufragio, de las nuevas autoridades que dirigirán los destinos del país en el próximo cuatrienio. De ahí la importancia de lograr el éxito de los primeros comicios, para obtener garantías de éxito en los segundos.

En este contexto consideramos oportuno retomar el espíritu de nuestra Carta Pastoral de enero de 1960, cuya fuerza y aliento, sesenta años después, palpita en nosotros, fieles al ejercicio de nuestro ministerio episcopal. Aquel emblemático e histórico documento trató de irradiar luz en un momento crítico del acontecer nacional, caracterizado por el sufrimiento generalizado, impuesto por la tiranía, que imperó por tres décadas. Es cierto que vivimos en una época distinta donde, gracias al sacrificio y entrega de muchos dominicanos, se han logrado conquistas apreciables en el ejercicio de las libertades individuales y el desarrollo humano integral, impensables en aquellos días. No obstante, restan aún muchos obstáculos por superar para alcanzar una mejor calidad de vida para todos, y una recomposición social.

La política no puede estar al margen de la moral si no quiere convertirse en una de las más nefastas actividades por sus implicaciones para la sociedad. Consideramos que en estos momentos es necesario recordar principios esenciales de la ética que no pueden ser ignorados, especialmente por aquellos que aspiran a cargos ejecutivos.

De la misma forma se impone un llamado a estudiar y reflexionar acerca del acontecer nacional, con sus complejas realidades y sus enormes desafíos, motivándonos a compartir un mensaje en el cual expresamos nuestras preocupaciones y esperanzas en relación con la presente coyuntura, al tiempo que proponemos algunas ideas y posibles líneas de acción, confiados en que su acogida sirva de aporte en la impostergable tarea de continuar transformando las condiciones de vida del pueblo dominicano y la consolidación de sus instituciones.

A finales de 1959, debido a inéditos cambios suscitados en el contexto mundial y regional, el régimen de Rafael Leónidas Trujillo comenzó a dar señales de agotamiento y decadencia.
Parte importante de la juventud dominicana, hombres y mujeres en continuidad con nuestra fecunda tradición libertaria, entregó lo mejor de sus sueños y anhelos en aquellas horas sombrías, abonando con su sangre y sacrificio el difícil camino de la libertad. Como era de esperarse, el régimen despótico recurrió con más intensidad a la violencia y al autoritarismo incrementando la angustia y el desasosiego en la familia dominicana hasta límites insospechados.

En el ejercicio de su misión profética los seis obispos de entonces, Ricardo Pittini, Octavio A. Beras Rojas, Hugo Eduardo Polanco, Francisco Panal, Juan Félix Pepén y Tomás F. Reilly, firmaron la memorable Carta Pastoral de enero de 1960.

La Carta Pastoral asumió sin reserva la defensa de los derechos humanos, constituyendo así un eco renovado de aquel memorable sermón de Fray Antón de Montesinos. La Carta afirmaba: “cada ser humano, aun antes de su nacimiento, ostenta un cúmulo de derechos anteriores y superiores a los de cualquier Estado. Son derechos intangibles que ni siquiera la suma de todas las potestades humanas puede impedir su libre ejercicio, disminuir o restringir el campo de su actuación.”

La exhortación fue dirigida a las autoridades, puntualizando: “hemos dirigido, en el ejercicio de nuestro pastoral ministerio, una carta oficial a la más alta Autoridad del país, para que, en un plan de recíproca comprensión, se eviten excesos, que, en definitiva, sólo harían daño a quien los comete, y sean cuanto antes enjugadas tantas lágrimas, curadas tantas llagas y devuelta la paz a tantos hogares”.

La Carta de 1960 constituyó para la población atribulada de aquellos días ominosos lo mismo que para la juventud perseguida y torturada que clamaba libertad, un faro de luz y un bálsamo de esperanza. Un innegable referente en la lucha incesante por el respeto y la promoción de la dignidad humana en nuestro país.

La conmemoración de los sesenta años de su publicación es ocasión propicia para que todos juntos, más allá de coyunturales diferencias, reafirmemos el compromiso solemne de continuar aportando lo mejor de lo que somos y tenemos en la construcción de una mejor República Dominicana”.

Conclusión
CERTIFICO que los contenidos de mi trabajo fueron extraídos literalmente de las Cartas Pastorales de 1960 y 2020.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los cinco (23) días del mes de enero del año del Señor dos mil veinte (2020).

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