Dos acontecimientos que cambiaron la historia de Estados Unidos y del mundo los viví muy joven, mientras me recuperaba de una cirugía en un hospital en Warm Springs, Georgia.

Un cuatro de abril del 1968 un enfermero afroamericano entró llorando a mi habitación y me dio la noticia de que habían asesinado a Martin Luther King en Memphis, Tennessee. En esa época, la segregación racial en Estados Unidos era algo abominable y a los afroamericanos, especialmente en los estados del sur de Norteamérica, se les tenía muy a menos.

King era un gigante luchador por la igualdad y el respeto a los derechos civiles de todos, sin diferencias. Por su labor recibió en 1964 el Premio Nobel de la Paz. Hoy día cada tercer martes del mes de enero se recuerda su memoria y sus sacrificios por esta causa. Esta fecha debe servirnos como recordatorio de la tarea pendiente que tenemos todos de solidarizarnos con la lucha contra los abusos contra las mujeres, contra el narcotráfico y contra toda forma de corrupción, como manera de recuperar los valores que cada día perdemos.

King pronunció un memorable discurso cuyas palabras han quedado resonando en el universo “Yo tengo un sueño”. Y nosotros ¿qué sueño tenemos?

¿Qué sueño pueden tener las mujeres asesinadas, golpeadas, violadas, maltratadas que esperan una justicia que no llega fruto de una maldita complicidad asquerosa e indolente?

¿Cuál puede ser el sueño de una familia cuya madre cae fulminada con el balazo al corazón de ladrones de la paz, de la tranquilidad y del orden? Unos ladrones que asesinan a la vez el futuro de unos hijos, de un esposo, de una familia y profundizan la desesperanza de una sociedad cada vez más temerosa.

¿Cuál puede ser el sueño de un joven de cuarenta años que lamenta que sus hijos no tengan el mismo privilegio que como niño tuvo, de caminar, jugar y hacer travesuras en plena calle, sin temor por alguno por su seguridad?

¿Qué sueño del carajo nos inspira ver traficantes de drogas pasearse impunemente y de alardear de su riqueza, sus mansiones y sus yates? ¿Cómo les explicamos a nuestros hijos que estos delincuentes se exhiban en restaurantes y complejos turísticos ante la mirada indiferente de las autoridades y de nosotros mismos?

¿Cuál puede ser el sueño de la sociedad en general cuando hablamos sin pudor de la prensa bocina y vemos y callamos cómo muchos se hacen más ricos que otros que tienen la vida entera bajando el lomo de 6 de la mañana a seis de la tarde?

¿Cuál puede ser el sueño cuando vemos como simples espectadores una migración sin control, sin marco legal? Una migración necesitada de servicios que el estado escasamente puede ofrecer a nuestros ciudadanos y que además quita oportunidades de trabajo a los dominicanos.

¿Cómo podemos soñar con un mejor futuro si nuestra población apenas sabe leer y escribir? Después de casi ocho años de invertir el cuatro por ciento del presupuesto en educación, vemos, como muchos predijimos, que el dinero no era la solución. El solo hecho de construir escuelas, de alimentar mejor a los estudiantes, de aumentar las horas de docencia no ha resuelto el problema. Con sindicato y maestros que no estén realmente comprometidos con la calidad de la enseñanza que se ofrece, seguiremos en los últimos lugares de cualquier prueba estandarizada.

¿Qué sueños podemos albergar los dominicanos cuando los candidatos a los diferentes puestos de poder no presentan propuestas sólidas y la campaña electoral fluye el dinero como un diluvio interminable? Y peor aún, ¿qué esperanzas de cambio podemos tener si los votos se compran y la Junta Central Electoral confiesa que no ha podido actuar contra ese hecho porque la sociedad civil no ha protestado? ¿Han olvidado que la ley establece claramente que es a las juntas electorales que les corresponde hacer las denuncias y que la Junta Central Electoral debe ser el mayor garante de unas elecciones transparentes?

Los obispos en su tradicional Carta Pastoral, reconocen los avances democráticos que ha tenido el país desde el 1960 hasta la fecha, pero reconocen que “restan muchos obstáculos por superar para alcanzar una mejor calidad de vida para todos y una recomposición social”.

Expresan que para lograr los cambios que deseamos todos, necesitamos candidatos que se caractericen por su capacidad para servir y por las cualidades de sobriedad, educación, sensatez, don de mando, dignidad, autenticidad y transparencia.

En sus palabras, “la política no puede estar al margen de la moral si no quiere convertirse en una de las más nefastas actividades por sus implicaciones para la sociedad” Esta verdad la podemos ver de forma patente en Venezuela, país rico, bendecido por una naturaleza variada y llena de recursos, secuestrado por unos políticos corruptos y perversamente despreocupados del bien común, que sin reparos exhiben sus lujos frente a ciudadanos empobrecidos que deben hacer colas interminables para abastecerse de productos esenciales.

Los Obispos reafirman su derecho y su deber de opinar sobre temas políticos y sobre los procesos electorales. Es el mismo derecho y deber que tenemos todos los dominicanos y parece que lo hemos olvidado.

Nuestro sueño como dominicanos es tener un país en que predomine la justicia y que las diferencias individuales y partidarias queden a un lado para trabajar por el bien común y la igualdad como era el sueño del doctor King.

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