Me fascinan los momentos de reflexión, esos espacios en soledad donde uno “se revisa y revisa”, con el fin de mejorar como personas y de contribuir a lograr una sociedad más justa. A veces las escribo, para que no escapen de mi sien. Estas las hago públicas como agradable desahogo.
“Una vez leí que si no sabemos a qué puerto navegamos, ningún viento nos será favorable. Asociaba esa frase con la palabra “oportunidad”, del latín “opportunitas”, que se refería a las opciones que tenían los marineros antes de llegar a su destino. Debían aprovechar las oportunidades en los momentos de calma, sea estableciendo la mejor ruta a seguir o estudiando los mares, sin dejar de estar alertas para buscar una salida a los problemas que se presentaran.

Evitemos dejar escapar oportunidades, pero facilitemos oportunidades a los demás. En ese orden, alguien me preguntó cuáles eran mis metas. Le respondí que mis sueños eran sanamente pretenciosos, pues nadie se eleva más allá de lo que aspira. El que piensa en pequeño apenas gateará en un mundo repleto de seres veloces. Nosotros creamos nuestras propias barreras y le damos la altura y la impenetrabilidad que escojamos.

Sin perder la noción del buen juicio, no nos tracemos límites, que eso atrofia el espíritu, debilita nuestro rendimiento y llena de mugre nuestras venas.

Seamos caminantes, descansando no más de lo necesario y solo para cargar energías. Dicen que los que se detienen nunca ganan y los ganadores nunca se detienen. Por eso hay que avanzar, aunque sea gateando. Nunca nos sentemos a lamentarnos, que los quejidos dañan el ánimo. No hay cosa más pésima que el pesimismo y existen pocos alimentos tan nutritivos como el optimismo.

Me fascinan los emprendedores, los que además de preocuparse se ocupan de sus asuntos. Admiro a los que siguen sus sanos instintos, a los que nunca se tiran a muerte, aún en la peor de las
circunstancias.

El éxito no se compra ni se hereda, se alcanza con sacrificio y empeño. Solo se coronan los que se lanzan al ruedo y toman decisiones sin miedo. La vida aplaude a los que confían en sí mismos, a los que saben que ellos son los responsables de sus propios destinos. Los que no se rinden son los mejores. Los valientes son los protagonistas del mundo. Quien ama lo que hace, vive satisfecho, y sus propósitos los logra con facilidad.

Eso sí, todos los triunfadores, para llegar a serlo, han probado el fracaso en repetidas ocasiones. Esas caídas, y a veces entre más estrepitosas mejor, son las que nos hacen empinar y alzar vuelo”. Sin dudas, me fascina reflexionar y caminar mientras lo hago.

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