Dios entrena sus mejores líderes en el desierto, allí les seduce y les habla al corazón. Dice El Señor en Oseas 2:14: Y le hablaré tiernamente. No hay fuerza más imponente que la de la ternura. Esa que habla libremente en la más profunda intimidad y quebranta el yo. La voz de Dios es la tinta con que el alma humana escribe los argumentos de la fe. Quien tiene fe, es porque le ha escuchado atentamente, en la quietud de la reflexión.

Aquellos que han estado con Dios no hablan de sí mismos y quienes caminan con Él no van a la par con todos. No escuchan palabras, sino corazones; no atienden razones, sino necesidades; no buscan entender, sino comprender; no son amados, pero saben amar a todos como son.

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