En los inicios no era una gran fortaleza, más bien una cuartería de tablas y yaguas, que conformaban un conjunto para tener en algún sitio el ejército miserable que tuvimos. Sirvió de cárcel, escuela y hospital.

El presidente Ulises Heureaux fue quien le dio la forma de verdadera fortaleza, con los muros protectores y la torre con su reloj (1895). El fuego del 6 de septiembre de 1863 arrasó con las casuchas para desalojar a los españoles de la anexión del 61. Ese método, quizás aprendido de la forma en que se deshizo Rusia de las fuerzas invasoras de Napoleón cuando tomaron Moscú en 1812, lo que no impidió el saqueo de reliquias patrimoniales que hoy, “graciosamente”, los franceses quieren justificar como simples trofeos de guerra y no robo imperial a los pueblos. De hecho, Le Louvre está lleno de esos “trofeos” traídos desde todos los rincones que sufrieron la locura napoleónica de dominio total y que hoy países como Egipto, reclaman su devolución.

Fue en la Fortaleza San Luis donde se instaló el primer Gobierno de la Restauración que encabezó Antonio -Pepillo- Salcedo. Fue la segunda vez que Salcedo la toma, ya que en el tiempo de la Independencia (1844) le tocó desalojar al comandante haitiano Alexandre Morissette.

Las tropas españolas al mando del general Ramón del Portal y luego del odiado Manuel Buceta, se rindieron cuando el gral. La Gándara había venido a reforzarlos, pero se quedó en Montecristi, calculando estrategias y tácticas que al final lo anclaron allí.

Salcedo pactó la salida de familias, soldados, heridos para ser evacuados por Puerto Plata, luego que aquellos se rindieran. Este pacto le costó a Salcedo la falsa acusación de Gaspar Polanco de “traición”, porque él pensaba que había que masacrar a todos los españoles. Ordenó el fusilamiento de Salcedo, que le sirvió para hacerse del mando, lo que fue desde el inicio su objetivo. Una comisión lo condenó al fusilamiento “por la injusta muerte del valeroso y joven Pepillo”. Esa comisión fue dirigida por Benito Monción, quien lo envió a la cárcel “La Rosa” de la Fortaleza San Luis. Polanco, aunque analfabeto, era sumamente hábil, ofreció unas cuantas morocotas a los guardias de turno y así se fugó, derricándose por la parte de atrás, hasta caer al río por la curvita del remolino del Diablo, se robó un caballo en Bella Vista y salió juyendo hacia Haití. Una fuga espectacular de la cárcel, pero no de la historia, como dijera Pedro María Archambault.

Con el asesinato del presidente Heureaux, la tenebrosa Guardia de Mon, hizo pequeños ajustes al Fuerte con la instalación de un polvorín.

Los jimenistas, después de Mon, volvieron a la carga en 1914 y obligaron al general Manuel Sánchez a rendirse cuando no tenían ni burros que comer.

En el 1916 fue ocupada por 1,500 soldados norteamericanos de la manera más fácil, puesto que solo encontraron resistencia en la Barranquita de Mao, cuando venían desde Montecristi. El famoso general, que el merengue de Wilfrido Vargas convierte en “hombre de valor”, salió juyendo a esconderse y dejó la Fortaleza sin defensa. ¡Ay que General!

En el año 1924 se retiraron los marines y en el acto, en el que participó Ercilia Pepín, se izó una bandera bordada por sus alumnas de la Escuela México, que ella misma había fundado y que hoy, gracias a la ignorancia, se llama Prud’Homme, de la misma manera que le cambiaron al Liceo de la Normal su verdadero nombre, Ulises Francisco Espaillat, por el de otro educador, Onésimo Jiménez.

En Santiago habían dos guarniciones militares importantes: la de la aviación y la de la fortaleza Fernando Valerio, que luego se mudó a la pista, en la entrada de la ciudad, cercana a Acero Estrella.

Bien se sabe que Gurabo ha sido un campo cercano a Santiago, que con el tiempo ha crecido. Ese campo de café, cacao, y donde Goyín Díaz, el curandero, era punto de referencia para resolver los problemas de salud y suerte del misterio de la vida, es el lugar de Hipólito Mejía y por lo tanto, no le duele Santiago. Hizo, este presidente gurabero, un decreto más que ofensivo, antipatriótico y absurdo: el decreto 730-03 para regalar el espacio de la Fortaleza a los comerciantes y que allí se construyera un área de parqueo. En ese decreto, como otros, Hipólito actuó como si fuese dueño y señor de la cosa pública.

En el inicio del segundo gobierno de Leonel Fernández se emitió el decreto 1557-04, que deroga al anterior y se designó una comisión. Ahora, designado como Patronato Cultural. Ya no es posible convertirlo en parqueo, aunque se tenga de vecino al ISA, que adquirió la Tabacalera y necesita terrenos para los autos.
Desde hace tiempo el general y arquitecto Gustavo Jorge tiene elaborado un proyecto para aprovechar ese espacio como se debe. Yo agrego, con todas las piezas colocadas museográficamente, que le daría una idea completa a cualquier visitante de la historia, no solo de la Fortaleza, sino del propio Santiago. Habría que ubicar afuera a los “AMET” y otras oficinas para dar paso al Museo Santiago.

¡Roba la Gallinaaaaaa!

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