Cada día comprobamos la certeza de nuestra hipótesis sobre los dos mundos literarios que conviven en República Dominicana.
Está el mundillo del “canon”, como lo define Miguel Ángel Fornerín, laureado escritor dominicano radicado en Puerto Rico, y el de los que no pertenecen a las capillas donde se intercambian elogios y premios con marcado criterio amiguista. Dionicio Hernández Leonardo, poeta y profesor universitario, pertenece al segundo grupo, que es en nuestra opinión donde se cultiva la más rica y auténtica literatura dominicana. Con el poemario Del otro lado de la selva de cemento, el autor le ofrece a sus lectores la satisfacción de una poesía telúrica, donde las estaciones se expresan como en su natal Jarabacoa, sin olvidar la historia de su país, cargada de heroísmos, fracasos y esperanzas.
Anteriormente habíamos comentado en esta columna sus libros Sueños de amor y una despedida y Colgado de un pensamiento, donde mostró sus garras poéticas, tendencia que logra mejorar en el más reciente, desde que en Despidiendo el día expresa: “vengo a despedir el día a la orilla del mar/ de este mar que se mece en mis recuerdos/ y me lleva en un pensamiento tan dulce como la miel que probé/ en una colmena de ojos grandes”. El poeta reitera, en su poema Eterna navidad, su pasión por la vida bucólica en contraste con la “selva de cemento” que son hoy las ciudades. Evoca “la casita de madera, techada de zinc y sueños./
¡Ay, y piso de dulzura, donde mi inocencia caminaba descalzo!”.
El texto que da título al poemario es un grito ecológico, como la mayoría de los trabajos, ante las amenazas que provocan al planeta el desarrollismo insostenible de la sociedad capitalista. “Luego,/ cruzaré la calle de la realidad./ Y/ volveré a la selva,/ procurando no ser devorado por una fiera de acero,/ Con la esperanza de volver otro día a recoger mis pensamientos/ que se quedaron sentados el puente que conduce a los sueños”.
Buena respuestas a los falsos poetas del Apocalipsis.
