El ejercicio de la diplomacia se ve con un perfil bajo y de mucha ética por ser considerado tradicionalmente a sus representantes es decir a los jefes de misión (embajadores) como los arquetipos del doble lenguaje.

Cuando de alguien se dice que es muy diplomático, ya se está sobreentendiendo que algo oculta o disfraza. El Diccionario de la Real Academia de la lengua lo deja bien claro. La diplomacia es cortesía aparente e interesada y habilidad, sagacidad y disimulo.

Mientras que para María Moliner, diplomacia es habilidad para tratar con otras personas.
Para que la diplomacia se pueda ejercer se necesita de los diplomáticos. Estos servidores públicos representan lo que los médicos son a la medicina.

Y es que el diplomático sea de carrera o político, su ejercicio siempre ha estado pegado a las fluctuantes relaciones de poder entre los Estados y entre aquellos que, por definición, son sus gobernantes.

Hoy en día el ejercicio de la diplomacia es una labor de mucha importancia en el progreso de cualquier país. Negociar, representar, proteger e informar a sus nacionales. Fomentar las relaciones de amistad son las principales labores o funciones en el ejercicio de los diplomáticos.

Y ante una diversificada agenda internacional, donde los viejos temas de la seguridad y la geopolítica han sido desplazados por asuntos que tienen que ver con los de la globalización de la economía, la nueva dinámica de la cooperación internacional, la protección del medio ambiente, el terrorismo y el narcotráfico.

Este fenómeno de la globalización se enfoca en las relaciones internacionales, y su impacto sobre la conformación de una opinión pública, que ha trascendido las fronteras nacionales con su inevitable efecto sobre el ejercicio de la diplomacia.

Es por eso que las oportunidades hay que saberlas buscar. El diplomático se convierte hoy en un buen vendedor y en un mejor comprador de oportunidades.

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