En el artículo anterior, basado en la conferencia del Doctor Francisco Scarano (20 de noviembre) el doctor Antonino Vidal y el doctor Luis Álvarez López del Centro de Estudios Caribeños realizaron una reseña sobre la celebrada conferencia. El historiador situó a Cuba y Puerto Rico en el Caribe insular, destacó el contrapunteo cubano puertorriqueño en la guerra fría, y también los procesos de industrialización Sustitutiva de Importaciones que ocurrieron en ambos países y sus marcadas diferencias.

En el presente artículo, vamos a destacar otro aspecto analizado en la vasta producción del historiador Scarano. En éste, él se refiere a la formación del Jíbaro, como figura emblemática de la identidad puertorriqueña. El análisis de la noción de jíbaro tiene múltiples significados en la historia caribeña y latinoamericana.

En el contexto no puertorriqueño, “la palabra jíbaro se ha utilizado de tres maneras, todas ellas de carácter severamente despectivo. En Ecuador, Colombia y Venezuela, este es el nombre de un ingobernable grupo indígena (los jíbaros o Shuar) famoso durante el período colonial por su eficaz resistencia a la intromisión colonial. En el México colonial, se tenía como una categoría racial para denominar a los vástagos producto de la mezcla de indios y africanos.

“Finalmente, en Cuba y Santo Domingo desde el periodo colonial se utiliza como adjetivo que denota el estado salvaje de ciertos animales, especialmente los perros jíbaros, canes indomables hallados en los bosques. El que estos usos y significados estén de hechos correlacionados y el que el uso en Puerto Rico que se le da al vocablo, tal vez condense el carácter indomable de los Shuar, el estado salvaje animal y la transgresión social, son propuestas para investigaciones futuras”.

Con respecto a Puerto Rico, señala: “aunque mucho se ha estudiado los orígenes del calificativo jíbaro en Puerto Rico, no se ha podido llegar a un acuerdo sobre cómo y cuándo se comenzó a designar con el nombre de jíbaros, probablemente a partir de la segunda mitad del siglo XVII o primera mitad del siglo XVIII. La élites utilizaban el concepto de jíbaro para describir el carácter errante de la población campesina y su existencia seminómada, prácticas estas que enraizadas en la aplicación de la práctica agrícola de desmonte y quema, agricultura de tea y machete”.

En el contexto puertorriqueño, debemos recordar que Cuba y Puerto Rico, después de las guerras napoleónicas y la imposición de José Bonaparte como Rey de España, permanecieron como las únicas colonias españolas en el Caribe Hispano. Entre 1810 y 1825, la mayoría de los países latinoamericanos lograron su independencia. Los procesos independistas pusieron de manifiesto las profundadas contradicciones internas entre las clases dominantes locales-criollos blancos – y las masas populares mestizas, mulatas, negros libres, esclavos y castas. La cosmovisión de las nuevas clases dominantes emergentes consideraban como inferiores, a los grupos mixtos, y creía que no solo eran inferiores, sino que no pertenecían a la nueva nación. Estos grupos populares fueron excluidos de los estados y las naciones latinoamericanas. Las inmigraciones europea blanca eran vistas como sinónimo de civilización, las nuevas naciones apostaron a la modernidad promoviendo la inmigración blanca.

Analizando estas contradicciones, el profesor Scarano en los inicios de su artículo señaló: “en su ya conocida denuncia de la inestabilidad y violencia que sacudió la Argentina después de la independencia, Sarmiento expresa el característico tormento de las élites latinoamericanas en los momentos de la gesta nacional.

Los criollos estaban comprometidos con la redención liberal y republicana de sus países, el eminente escritor y estadista argentino lo estremecía una contradicción: su muy anhelada ciudadanía era un concepto fundamentalmente extraño a las crudas realidades de las pampas, y por tanto, inalcanzable para los gauchos que habitaban esos vastos parajes”.

Pero la gran contribución del análisis del profesor Scarano es explicar usando fuentes históricas como poemas, diarios de viajeros, artículos de prensa, publicaciones costumbristas, cartas, las tensiones en el surgimiento “del protonacionalismo popular” usando la expresión de Eric Hobsbwan, etc., definido como sentimiento de pertenencia colectiva (preexistente), que podían operar en una escala macro política (y) podían ajustarse a las naciones y estados modernos.

Utilizando algunas de las herramientas y enfoques de los académicos vinculados a los “estudios subalternos” que provienen de Ranajit Guha, al igual que las importantes contribuciones que provienen de Scott, en su ya clásico libro La Dominación y el arte de la Resistencia: Transcripciones ocultas. 1990. Los estudios subalternos permiten al historiador hacer una nueva lectura de las relaciones entre las clases dominantes y las clases dominadas y descubrir los procesos de resistencias y las tensiones conflictivas entre ambos sectores.

Para analizar este proceso el historiador rechaza “la dicotomía instrumentalista/primordialista para considerar el proceso de autodefinición puertorriqueño como internamente anclado en la experiencia, así como externamente arraigado en las distinciones cognoscitivas a través de la cuales se ordena dicha experiencia.” En balance los testimonios de Ledrú acerca de la procesión en honor a Santiago y la comunión social lograda en un campo de Loiza indican que para finales del siglo XVIII, los jíbaros habían adquirido nuevos significados. Marcar a alguien de Jíbaro ya no se hacía solo en son de burla-como en las más antiguas representaciones de estos moradores rurales, o como cuando se le representaba al campesino junto a personajes patéticos de carácter alegóricos y de animales.

La creación de una visión étnica más incluyente se logró contradictoriamente en el período de desarrollo de la economía exportadora basada en las haciendas productoras de café y de azúcar. La demanda creciente de la mano de obra jíbara y esclava para el trabajo agrícola, apuntaló la resistencia de los campesinos mediante su negativa al trabajo en estas unidades de producción.

Las descripciones de Fray Iñigo Abbad y Lasierra, autor de la primera historia general de Puerto Rico, escrita en la década de 1770, apuntó que sus habitantes eran vistos como un pueblo heredero de pereza, frugalidad, apatía, y hospitalidad de los indios, vivían en bohíos, dormían en hamacas, comían plátanos cosechados en sus conucos, escarbaban la tierra en busca de cangrejos, andaban descalzos, se casaban a tierna edad, frecuentemente con personas de piel más oscura que la (suya) y montaban a caballo con gusto y pericia.

A pesar de la visión negativa Abbad y Lasierra, ya para esta época, el jíbaro estaba en pleno proceso de formación y “para la década 1810-1820, sería asumido como clave simbólica al servicio de la prolongada lucha de los liberales reformistas por moldear y consolidar la etnicidad puertorriqueña”.

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