Introducción

Continuamos la publicación de una serie de artículos que recogen algunos aspectos del magisterio del Episcopado Dominicano sobre las elecciones y los principios del buen gobernar. En esta entrega compartimos con los lectores los siguientes tópicos, que tal vez respondan a la situación que ocupa al país actualmente.

3- La función del Gobierno
Frecuentemente todos nuestros males se los atribuimos al Gobierno de turno. Es hora ya de que desenmascaremos este mecanismo.

Somos un pueblo que dimitimos con facilidad de nuestras responsabilidades y todo se lo echamos y esperamos del Gobierno. Un Gobierno así, sobrecargado, se torna necesariamente lento, infuncional, impotente e incompetente. En este caso, el culpable no es el Estado sino la nación que obliga al Estado a ser necesariamente incompetente y frustrante.

El desmoronamiento de los regímenes centralistas y totalitarios, que estamos contemplando en Europa, se debe no sólo a la nostalgia y ansias de libertad sino a la impotencia – reconocida- de producir lo necesario y con calidad. Una nación será siempre tanto más próspera cuantas más cabezas piensen, investiguen, creen y organicen, y cuantas más manos actúen y realicen, cuanto mayor sea el número de personas y sociedades intermedias que se involucren responsable y directamente en el desarrollo.

La función del gobierno es:

– Proteger los derechos legítimos de las personas y de las asociaciones intermedias:
– Ayudar a todos los ciudadanos en su desarrollo humano, técnico y profesional, y a las asociaciones intermedias en su desenvolvimiento;
– Estimular la actividad de esos ciudadanos; coordinar los esfuerzos de todos; y
– Suplir lo que ellos no puedan obtener.

Jamás debe ser suplantada la creatividad y el dinamismo de la población. Regularlos, sí, pero, con sabiduría y prudencia, de tal modo que los impulse y jamás los recorte y mucho menos los anule. Es función también del Gobierno prever y prevenir y de ninguna manera postergar y acumular males.

Todo esto implica no sólo un cambio muy profundo de mentalidad y de comportamiento de la nación entera, sino también un cambio radical de estructuras del Gobierno, que sería el comienzo de la modernización del Estado Dominicano.

Entramos con esto en el fondo de nuestra situación: crisis de la sociedad, y crisis del Poder y Administración públicos.

a.- Crisis de sociedad. Un pueblo no es lo que sea su Gobierno sino lo que sea su sociedad. Sin sociedad viva, articulada, participativa y orgánica no hay nación ni Estado. Lo más que hay es una tribu.

Existen tres relaciones fundamentales entre los seres humanos:
– Las fundadas en la yuxtaposición;
– Las fundadas en la solidaridad; y
– Las fundadas en el amor.
De ellas brotan 3 clases de agrupamiento:
– Vecindad,
– Sociedad,
– Comunidad.

Las relaciones de vecindad son las que resultan de seres que no tienen entre sí más relaciones que las de yuxtaposición. Las personas conservan su autonomía individual. Respecto a esta autonomía, si los intereses individuales se suman tenemos las agrupación. Si se cruzan, el contrato. Si se interfieren y oponen, el conflicto.

Las relaciones de sociedad son las que resultan de seres con una meta común. Por eso sociedad es un grupo fundado en la solidaridad orgánica o finalidad colectiva.

Las relaciones de comunidad son las que resultan de miembros unidos por el amor.

El Estado (entendiendo por Estado gobernantes y gobernados) es una forma de agrupación política que consta de vecindad, sociedad y comunidad. De las tres modalidades la prevalente es la de la sociedad.

Mirando nuestra realidad nacional y viendo el individualismo reinante y la búsqueda persistente de intereses particulares, la impresión es que solamente existen entre nosotros la vecindad.
Para colmo de males una vecindad altamente conflictiva por la interferencia y aún oposición, de intereses individuales. La sociedad, por falta de solidaridad orgánica, es debilísima. Nuestra sociedad está hoy desarticulada, desmovilizada (fuera de episodios esporádicos), sin ideas y sin acción como sociedad, sin sociedades fuertes intermedias.

Es sintomático y revelador que las Centrales Sindicales y las Asociaciones Empresariales existentes reduzcan hoy su papel a casi sólo la mera reivindicación de derechos y la búsqueda y defensa de intereses o privilegios. Ni han sido ni son corporativamente creativas, constructivas y propulsoras de desarrollo integral, es decir, de desarrollo de todas las dimensiones del ser humano y de toda la ciudadanía.

Apenas nadie piensa en el Bien Común. Todo gira alrededor del mayor interés, provecho y disfrute propio.

Aquí está sin duda, la crisis de sociedad, una de las raíces más profundas de nuestros males.

b.- Crisis del Poder y Administración Públicos. De una sociedad, como la que hemos descrito, jamás podrán salir dignos funcionarios del Poder Público cuyo fundamento y finalidad es el Bien Común. Los que salgan serán la excepción.

El poder recibido de la ciudadanía lo convertirán indefectiblemente no en servicio del Bien Común, sino en instrumento del bien propio, de enriquecimiento fácil y rápido personal y de engreimiento fatuo individual.

Preocupados, la mayoría, sólo de sí mismo, poco o nada se ha hecho en todas estas últimas décadas para mejorar y modernizar la Administración pública, anacrónica ya, inadecuada e ineficaz para responder a los problemas complejos de una nación que ha sufrido una evolución profunda y está asentada en la modernidad. Los tiempos, pues, y los problemas reclaman impresionante una modernización de todo el amparo estatal.

Urge la descentralización de responsabilidades, la simplificación burocrática, la agilidad en los trámites, la efectividad en las resoluciones, el trabajo cualificado, el despersonalismo y la consolidación institucional.

En el estado moderno y eficaz la fundación no está sometida al personalismo, sino el personalismo a la función. Lo importante es la función. Por eso el poder que recibe el funcionario solo lo debe de usar para la función, para toda la función y para ninguna otra cosa que no sea la función. Desde el Presidente hasta el último servidor público.

Es hora que se cree ya y se exija en la Administración pública la carrera de Servicio Civil y se la respete por encima de los vaivenes políticos dando así continuidad y competencia a la función gubernativa. De hombres incompetentes e improvisados en los puestos públicos no saldrá otra cosa que el caos; de equipos de hombres competentes, el orden y la efectividad.

Si el Estado Moderno y Eficaz divide sabiamente el Poder en Poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial, es necesario que esto sea una espléndida realidad entre nosotros y no una mofa. Sin interferencias ni subordinaciones cada Poder debe ser fiel a sí mismo y a la ciudadanía y extremadamente respetuoso con los otros Poderes. ¡Qué lejos estamos nosotros del ideal! De ello, sin embargo, depende la salud y la estabilidad de la nación.

Sin autoridad, derecho y sanciones no hay Estado posible. Esto nos lleva a hacer alguna reflexión sobre el derecho, sobre las leyes. La Ley expresión y requerimiento de la justicia y del orden.
Si los dominicanos cumpliésemos todas las complejas leyes vigentes, no nos entenderíamos. Se impone una revisión y simplificación de nuestras leyes. Hace tiempo, por ejemple, que debiera haber sido ya revisado el Código de Trabajo. Los viejos juristas repetían: “pocas y claras leyes para que se cumplan”.

La Ley, sin embargo, no basta. Es necesaria la sanción al transgresor de la ley y el previo sometimiento a la justicia. Pero la Justicia debe ser creíble, sagrada, jamás caprichosa ni sobornable ni prevaricadora. Hay dos puntos entre muchos que requieren ser corregidos: el retener a acusados sin juicios por tiempo indefinido o por más tiempo del que permite la ley; y el no soltar inmediatamente al encarcelado una vez cumpla la condena.

El gobernar bien exige del Gobernante especial atención y ayuda a las clases pobres y débiles de la sociedad. Se lo exige:

  • por custodio de la justicia, ya que los pobres son con frecuencia víctimas de la injusticia social;
  • por su obligación de suplir la impotencia de los ciudadanos; y
  • por el origen, fundamento y finalidad de su poder que no es otro que el Bien.

Común, es decir que todos los ciudadanos, familias y asociaciones puedan lograr si perfección.

Los poderosos y acomodados tienen medios propios para lograrlo. Los pobres y marginados necesitan de la ayuda y suplencia del Estado.

En el trasfondo de las dos crisis que hemos analizado está el olvido del designio de Dios para el hombre en sociedad y de principios fundamentales no sólo de Moral Católica sino de Ética natural que a todos nos obliga. Dice así el Concilio Vaticano II: “La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe de ser la persona humana la cual por su misma naturaleza tiene absoluta necesidad de la vida social. La vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental. Por ello a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los hermanos la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación” (Gaudium et Spes, Núm. 25).

En vísperas de elecciones debemos estar claros de que la solución de nuestros males y problemas no está en el simple cambio de personas en los puestos gubernativos, sino en la transformación de todo nuestro tejido social y en la transformación y modernización del Poder y Administración Públicos.

Certificación

CERTIFICO que en mi trabajo “Temas Electorales” Tomado de Carta Pastoral “Sin sociedad viva, articulada y orgánica no hay Nación ni Estado”, # 43-64, del 21 de enero 1990, de la Conferencia del Episcopado Dominicano.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los trece días del mes de noviembre del año del Señor 2019.

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