La globalización y su descontento

Recientemente hemos sido testigos de un nuevo capítulo de la globalización: las protestas se han hecho globales. En países tan disímiles como Chile, Ecuador, Francia, Haití, Irak, y el Líbano han ocurrido manifestaciones masivas.

Recientemente hemos sido testigos de un nuevo capítulo de la globalización: las protestas se han hecho globales. En países tan disímiles como Chile, Ecuador, Francia, Haití, Irak, y el Líbano han ocurrido manifestaciones masivas. Si bien en cada país hay condiciones particulares que llevan a sus ciudadanos a protestar, existe un generalizado descontento social con las élites políticas y económicas. Esta inconformidad está más extendida de lo que aparenta. En países institucionalmente estables, la gente no ha salido a protestar, pero ha elegido líderes como Boris Johnson y Donald Trump, que en cierta manera son “anti-sistemas”. Johnson está sacando al Reino Unido de la Unión Europea con una agenda anti-inmigrante. El pulso del Presidente Trump con China busca corregir algunos excesos de la globalización, haciendo que el intercambio comercial sea sobre bases recíprocamente más justas, que beneficie a los trabajadores norteamericanos.

El caso chileno es particularmente relevante. Durante décadas, los “indicadores macroeconómicos de Chile han ido en ascenso y por eso (Chile) era visto como un modelo exitoso.” Pero debajo del “éxito de las cifras macroeconómicas se escondía un descontento acumulado. Hoy se ha traducido en un estallido social al que aún no se le encuentra salida.” Esto así, pues el crecimiento económico no se tradujo en movilidad social. La sociedad chilena sigue siendo “tremendamente desigual”.

Y qué decir de nuestro país. Al igual que Chile, tiene un desempeño macro-económico envidiable. Pero parece evidente que este progreso no ha mejorado el bienestar de los más vulnerables. Los empleos dominicanos han sido borrados de la industria de la construcción, de la agricultura y en menor grado, del transporte y el trabajo doméstico. Y esto no es debido a que los dominicanos se han desplazado a producir computadoras, o i-phones. Más grave aún, la presencia abrumadora de pobres erosiona el salario de los que trabajan. Ante su evidente incapacidad para proteger el empleo dominicano, el estado ha paliado la situación social con subsidios. Esto no es más que el modelo Lula, que tiene un inconveniente: En una crisis económica, los impuestos deberán subir y los subsidios sociales deberán bajar, y el “gran progreso social” se esfumará en horas. Y la gente saldrá a protestar, como en Quito. Nos jactamos de nuestros logros macroeconómicos, pero debemos avergonzarnos de nuestra falta de responsabilidad y solidaridad hacia nuestros pobres. El verdadero bienestar se crea cuando el crecimiento macroeconómico se traduce en empleo y bienestar para los ciudadanos del país. Se crea cuando las empresas se modernizan, permitiendo pagar mejores salarios. Los países no progresan con una economía apoyada en salarios de miseria de inmigrantes sin calificación. Esta es la realidad dominicana. Debemos comprender que si el sistema no es justo, tarde o temprano hará crisis, y afectará la democracia, como ocurrió en Venezuela.

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