El anterior fin de semana estuvimos en el anfiteatro de Nagua disertando sobre el riesgo sísmico en la provincia María Trinidad Sánchez, toda vez que muchos habitantes de esa provincia nordestana se mantienen muy preocupados por la sismicidad regional, sobre todo por saber que el 4 de agosto de 1946 un terremoto de magnitud 8.1 estremeció el fondo marino de la bahía Escocesa generando un poderoso tsunami que barrió por completo a la baja comunidad de Matanzas, hoy Matancitas, pero que cuatro días después volvió a estremecer la misma región con una poderosísima réplica de magnitud 7.6, haciendo que desde ese momento, y por los siguientes dos años, muchas personas decidieran dormir en el exterior del hogar por temor a que una sacudida nocturna les pudiera aplastar.

Pero si bien es cierto que desde aquel tsunami de Matanzas ya han pasado 73 años, y la mayor parte de la población dominicana no había nacido para ese entonces, y por tal razón no conserva en memoria un registro de ese terrible episodio sísmico, tampoco hay que ser geólogo para saber que en fecha 26 de diciembre de 2004 un poderoso terremoto ocurrido bajo el fondo marino de la zona de Banda Ace, en el Sudeste asiático, generó un poderoso tsunami que mató unas 285,000 personas en las franjas costeras del océano Índico, muchas de ellas turistas que disfrutaban tranquilamente en las playas de la región y no tenían ninguna información de que se acercaba un poderoso tsunami con olas de 5 y 10 metros de altura, por lo que esa dramática y traumática experiencia debe servir de referencia para las personas que viven en zonas costeras bajas, y para las autoridades que administran áreas costeras bajas.

Y aunque casi todos los dominicanos sabemos, gracias a textos históricos, que en 1946 la baja comunidad de Matanzas fue totalmente barrida por una gigantesca ola de tsunami, y que igual situación se puede repetir, allí la gente ha vuelto a construir a orillas del mar sin analizar el peligro que representa el bajo lugar, y lo que es peor, en ningún lugar de la zona de Matancitas se ve un letrero que indique qué hacer, o hacia donde correr, en caso de que se repita un tsunami, ni mucho menos hay estructuras altas donde la gente pueda subir a refugiarse en caso de un nuevo tsunami, lo cual compromete la vida de adultos que, conociendo la historia del tsunami, viven de espaldas a una realidad sísmica que nadie debía ignorar, y compromete la vida de niños que no saben qué es un tsunami, no conocen las señales previas a un tsunami, ni mucho menos conocen el poder de las olas de un tsunami, porque sus padres entienden, erróneamente, que hablarles de aquel poderoso tsunami del año 1946 es asustarlos innecesariamente.

Ahora bien, lo que es más preocupante es que usted sale desde Nagua hacia Sánchez, o desde Nagua hacia Cabrera y Río San Juan, y en ambas rutas viales usted se desplaza por una carretera construida sobre una planicie costera con elevación topográfica inferior a un metro sobre el nivel medio del mar, lo que indica que cualquier ola de tsunami que alcance 5 a 10 metros de altura barrería a todo auto que se desplace por esas dos carreteras en las que nadie, absolutamente nadie, ha querido colocar letreros que identifiquen esas áreas como peligrosas en caso de tsunami, porque en la República Dominicana todavía tenemos la falsa creencia de que identificar zonas de peligros es de mal augurio para los vecinos, asusta a los visitantes de otras regiones del país, y ahuyenta a los turistas que vienen de otros países, sin percatarse de que en Japón, Chile, Perú, California, Alaska, Puerto Rico, Hawái, y en casi todas partes del mundo, las zonas de peligros de tsunamis están claramente identificadas para ayudar a salvar vidas.

En esas zonas bajas de ambas carreteras a ningún alcalde, ni a ningún gobernador, diputado, o senador, se le ha ocurrido gestionar construir estacionamientos levantados sobre terraplenes, o pedraplenes, cuyo piso esté en la cota 10 metros sobre el nivel medio del mar, con señalizaciones indicativas de la existencia y la ubicación de esos estacionamientos elevados, a los fines de que el día que un conductor vea venir una gigantesca ola, o escuche una alerta de tsunami en la radio o en su teléfono celular, o se encuentre con una fuerte sacudida sísmica que haya destruido la vía, pueda dirigirse de inmediato al estacionamiento elevado más próximo para ponerse a salvo junto a sus acompañantes.

De ahí que, en todas nuestras costas amenazadas por tsunamis, el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, junto a las alcaldías locales que administran zonas costeras, y junto a gobernadores, diputados y senadores, debían proceder cuanto antes a la señalización de todas las áreas susceptibles de mortal inundación en caso de tsunami, y a construir estacionamientos elevados en laterales de bajas carreteras costeras.

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