Becas presidenciales

Esta iniciativa del segundo gobierno del presidente Leonel Fernández, intensificada durante los últimos 6 años por el gobierno del presidente Danilo Medina, constituye para quien suscribe, una muestra del compromiso que ha tenido el PLD con la promoción de la igualdad de oportunidades.

En el 2005, el Gobierno dominicano inició a una de las acciones de mayor trascendencia para elevar la calidad de nuestro capital humano y contribuir así al desarrollo integral de la nación: el otorgamiento de becas para estudio de postgrados en universidades extranjeras. Hasta el 2018 había otorgado 20,044 becas de postgrado a jóvenes que completaron sus estudios universitarios en el país y que reunían las condiciones académicas para realizar estudios en universidades extranjeras de mejor calidad que las nuestras. En el período de 8 años comprendido entre el 2005 y el 2012, fueron beneficiados 8,667 jóvenes con becas internacionales de postgrado; en el de 6 años del 2013-2018, se concedieron 11,377. A estas becas internacionales de postgrado hay que agregar 1,978 para realizar estudios de grado en universidades extranjeras.

En estos tiempos en que los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales parecen estar capturadas por el odio, el resentimiento y el rechazo a la clase política, y en especial, a la que emana del Partido de la Liberación Dominicana que ha gobernado la nación en los últimos 15 años, prestar atención a las luces y no a las sombras de nuestros gobiernos, a muchos podría parecer políticamente incorrecto o molestosamente incomodo. A todos ellos, mis excusas. Esta iniciativa del segundo gobierno del presidente Leonel Fernández, intensificada durante los últimos 6 años por el gobierno del presidente Danilo Medina, constituye para quien suscribe, una muestra del compromiso que ha tenido el PLD con la promoción de la igualdad de oportunidades.

Algunos saben que provengo de una familia pudiente, perteneciente al 1% de los hogares de mayores ingresos. Desde muy joven sabía que no tenía límites presupuestarios para llegar hasta donde yo quisiera en mis estudios. Me formé en La Salle, uno de los mejores colegios del país. Ingresé en 1974 a una de las mejores universidades del país de aquel entonces, la Unphu, y me gradué de economista en 1979. Hablé con mis padres para expresarles mi deseo de hacer un doctorado en economía en una de las mejores universidades de los Estados Unidos. “Andy, para eso hemos trabajado siempre”, fue la respuesta que recibí.
Ingresé a la Universidad de Columbia en 1980 y concluí mis dos maestrías y el PhD en 1983. Es cierto que en la Unphu solamente pagué únicamente la matrícula del primer semestre pues dadas las calificaciones recibidas, me exoneraron del pago durante los próximos 9 semestres. En Columbia tampoco pagué nada. Recibí durante los dos primeros años la beca PRA de la OEA y en mi último año, gracias a mi desempeño académico, recibí una beca completa del Presidente de la Universidad de Columbia. Soy un ejemplo claro de la dicha y las oportunidades que tienen los que nacen en hogares de altos niveles de ingreso.

La mayoría de los jóvenes dominicanos, lamentablemente, no tienen acceso a la oportunidad que yo tuve. Eso es lo que me lleva a valorar lo que los gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana han hecho para tratar de ofrecer igualdad de oportunidades a todos los que desean estudiar y alcanzar los niveles más elevados de formación académica en universidades extranjeras, consciente de que, a las nuestras, les tomará 100 años alcanzar la calidad del promedio de las universidades norteamericanas y europeas. Valoro, adicionalmente, que lo hayan hecho sin importar las preferencias políticas del hogar donde provienen los jóvenes beneficiados, incluso otorgando becas especiales para maestría en administración pública en prestigiosas universidades norteamericanas no cubiertas por el programa del MESCyT.

Creo, sin embargo, que el Gobierno puede y debe hacer más. Hasta ahora, el esfuerzo se ha concentrado en estudios de postgrado. De cada 100 becas otorgadas, 91 han sido para postgrados y solo 9 para grado (“undergraduate”). Esta distribución implícitamente asume que la calidad de la enseñanza a nivel de grado en nuestras universidades es de clase mundial, un supuesto heroico que nadie en su sano juicio debería aceptar. No hay que dar muchas vueltas. Según el último ranking de Quacquarelli Sysmonds de las 400 mejores universidades latinoamericanas, existen 201 universidades en la región mejor posicionadas que la #1 de nuestro país.

No es por casualidad que los hijos provenientes del 1% de los hogares económicamente más pudientes, una vez culminan sus estudios de bachillerato en el país, están optando cada vez más por realizar sus estudios de grado en universidades norteamericanas. Debemos hacer la salvedad de que no todos los hogares que se esfuerzan para enviar a sus hijos a los mejores colegios privados bilingües del país, están en condiciones de hacer frente al costo promedio de la matrícula, vivienda, alimentación, seguro médico y otros “fees” que cobran las mejores universidades norteamericanas. Sólo las familias de muy altos ingresos y riqueza, pueden brindar a sus hijos la oportunidad de estudiar en las mejores universidades del mundo, si sus records académicos, SATs (1450 – 1600) y/o ACTs (31-36) son lo suficientemente buenos como para ser admitidos.

Al igual que sucede en otros países, miles de jóvenes dominicanos brillantes y con excelentes records académicos, tienen que resignarse a estudiar en nuestras universidades pues sus padres no tienen la capacidad económica para hacer frente a una factura anual que podría oscilar entre US$86,400 que cobra Columbia y US$76,700 de Princeton, dos de las mejores universidades de los Estados Unidos. Sólo los jóvenes calificados de familias muy pudientes del país pueden tener la oportunidad de hacer frente a los costos de estudiar en las mejores universidades norteamericanas. ¿Resultado? La desigualdad prevalece. Es cierto que, en el caso de estudiantes excepcionales, estas universidades otorgan becas, generalmente parciales, pero la mayor parte de las mismas son otorgadas a estudiantes norteamericanos. Aún con una beca parcial, muchas familias dominicanas tendrían que endeudarse hasta la tambora para hacer frente al remanente del costo de enviar a sus hijos a estudiar en una de las mejores universidades estadounidenses.

Hay que seguir ampliando el menú de programas que tienen como objetivo ofrecer una real igualdad de oportunidades para todos. El de las Becas Internacionales de Postgrado que actualmente ejecuta la MESCyT debe ser complementado por un programa de Becas Presidenciales de grado para estudiantes meritorios y altamente calificados que hayan logrado ser admitidos en una de las 30 mejores universidades de los Estados Unidos o de las 10 más reputadas de Europa.

Los beneficiarios de estas becas deben ser estudiantes provenientes de los hogares con ingresos inferiores a RD$750,000 mensuales, lo que abarcaría a todos los jóvenes calificados provenientes de hogares de clase media alta hacia abajo e incluso, a algunos de clase alta cuyas familias no pueden hacer frente al costo anual de las mejores universidades norteamericanas. Comenzando con 100 becas por año, al cabo de 4 años, el programa requeriría una inversión del Gobierno de US$30 millones, equivalente a RD$1,590 millones, una cifra insignificante frente a los RD$194,523 millones que se destinarán al Ministerio de Educación en el 2020. El monto podría reducirse si el Gobierno acuerda con esas universidades compartir el costo.

Promovemos la igualdad de oportunidades cuando el Estado destina una pequeña parte de los impuestos recaudados para otorgar a los jóvenes brillantes provenientes de hogares de menores ingresos, la misma oportunidad que tienen quienes hemos nacido en hogares de muy altos ingresos. Adicionalmente, con ello fomentamos la integración de arriba abajo en la pirámide de ingresos que traza las fronteras a las clases sociales y estimulamos la necesaria porosidad en las fronteras para promover la movilidad social, la estrategia más efectiva para evitar la enfermedad del resentimiento social.

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