El imaginario popular nuestro es rico en radiografiar o retratar situaciones jocosas o revestidas de solemnidad y preocupación como podría ser la realidad sociopolítica -pos primarias- donde el ex presidente Leonel Fernández ha denunciado que le han timado el triunfo electoral, a pesar de que la estrecha diferencia –de votos- entre su compañero de partido, Gonzalo Castillo, no debió abrir un imponderable que, de seguro, despejará la “auditoria forense” que ya la JCE decidió realizar, quedando atrás, suponemos, lo de “algoritmo” y “revolución”.

Y resulta extraña la situación planteada dado que, y por los factores de correlación de fuerzas externas e internas, era predecible un final de “photo-finish”, pues en la contienda entraban en juego, también, múltiples variables objetivas y subjetivas no siendo las objetivas, en mi opinión, las determinantes sino la de continuar o cerrar un ciclo histórico de repetición de liderazgos de larga gravitación, pues no olvidemos que Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina -este último, con alta valoración ciudadana- venían hegemonizando el liderazgo nacional desde 1996; por supuesto, Leonel y Danilo con mayor predominio. Ese aspecto, en los análisis sociopolíticos y periodísticos no fue subrayado con la debida pertinencia fáctica; y contrario, se resaltaban otros como noviciado frente experiencia de Estado, subestimación del adversario, liderazgo tradicional, oratoria, proyección internacional, “secuestro mental” y hasta ego de superioridad intelectual; elementos estos últimos ponderables, pero que, a la luz de la emergencia e irrupción de nuevos actores o sujetos políticos, incluso más allá de nuestro hemisferio, se podría explicar la victoria de Gonzalo Castillo como un reflejo del hartazgo colectivo o rechazo, aun en cierne en nuestro país, a una clase política universal en crisis de sus “aparatos” y gerencias-liderazgos.

No obstante, hay otro factor o deuda de aprendizaje de nuestra clase política (quizás lastre histórico: caudillismo, autoritarismo y presidencialismo) que explica la ausencia, en nuestra cultura política, de un código del perdedor. Y es tan grave el asunto, que, todos vimos cómo Luis Abinader, una vez empezó el conteo de los votos, cuasi marcó tendencia -real- irreversible frente a Hipólito (70% a 23%), y aun así no hubo la iniciativa, partidaria, de reconocer, de una vez, la derrota sino que usó a su vocero para decir que había que esperar los resultados oficiales. ¡Por favor!
Y aunque Hipólito, el día siguiente lo hizo, quedó evidenciada la falta del código del perdedor en la cultura democrática de nuestra clase política.

Finalmente, al ex Presidente Fernández, se le presenta un dilema de una sola alternativa: espera los resultados de la “auditoria forense” (y se queda en su partido) o, juega a la ruleta rusa de la historia.

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