Existe una teoría en Economía según la cual mientras menos se regule el mercado laboral (esto es, mientras mas fácil se le ponga al empresario producir) más motivación tendrá para invertir. Y esto terminará favoreciendo de manera natural al empleado.

Esta teoría se llama teoría del goteo o del derrame (o más que teoría, efecto, porque muchos académicos le adjudican deficiencias técnicas), y da a entender que la riqueza generada desde arriba termina derramándose hacia abajo. De hecho se observa como los países con menos regulaciones se volvieron más ricos y esta prosperidad realmente se derramó hacia los estratos inferiores.

Ronald Reagan fue uno de los primeros en aplicarla, acompañándola con una histórica disminución de impuestos, y su influencia se extendió con gran esperanza por otros países como Argentina y Chile.

La teoría del goteo tiene muy mala prensa (hasta el Papa Francisco la odia porque entiende que sería confiar demasiado en la benevolencia de los ricos).

Y es que ahora mismo no existe otro discurso que se aplauda que no justifique exactamente lo contrario: subir los impuestos a los que más ganan. Sin embargo, está comprobado que asfixiar a los ricos con impuestos equivale, tarde o temprano, a espantarlos fuera del sistema, provocando menos crecimiento y empleo. Y menos prosperidad para los pobres.

La evidencia y el sentido común informan. Pero el discurso no gusta. Ni gustan los ricos. Parece que es mejor tener menos, con tal de que al rico le vaya peor.

Bien señala Arturo Pérez Reverte, en su último libro sobre la historia de España, al citar a Julio Camba: “la envidia del español no es conseguir un coche como el de su vecino, sino conseguir que su vecino no tenga coche”. Y así acaban de votar: por quien les garantiza que esto termine ocurriendo.

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