La derrota de Francia en 1940 por las fuerzas de Hitler representó una humillación difícil de digerir en un país orgulloso de su historia y su cultura. Charles de Gaulle concluyó que semejante debacle debería ser evitada en el futuro. Una de las instituciones que concibió como respuesta fue la Escuela Nacional de Administración (ENA), fundada en 1945. El objetivo de la institución es la formación de los más altos funcionarios del estado francés, en base a un alto grado de selectividad, pues apenas unos ochenta candidatos son admitidos de toda Francia.
Si consideramos que la población francesa suma 67 millones de habitantes, podemos concluir que resulta casi imposible acceder a dicha escuela. Siendo así, los candidatos ya poseen títulos universitarios de otras instituciones élites. Pero la selectividad no termina en la entrada. Todos los estudiantes de la ENA ocuparán puestos públicos de acuerdo a su ranking en su clase. Los primeros 15 optan por trabajar en los organismos de mayor prestigio, como el Consejo de Estado, etc. En pocas palabras, se busca que los más brillantes entre los sobresalientes lleguen a los puestos más altos de la administración del estado. El sistema tiene sus críticos, pues se acusa a los “enarcas” de ser elitistas.
De hecho, las exigencias académicas son tan altas que la mayoría son hijos de hogares de clase media y clase media alta, y contados de las clases trabajadoras. Así mismo, pertenecer a un selecto grupo que ejercita el poder necesariamente crea una mentalidad de logia. Basta señalar que cuatro presidentes, siete primeros ministros, 45 ministros, 50 miembros del parlamento son egresados de la escuela.

La otra cara de la moneda es nuestro país. Nuestras instituciones públicas están abiertas a personas por compromiso políticos, sin cumplir procesos de selectividad profesional o moral. O cuando son seleccionados, los estándares son tan increíblemente bajos, que los resultados ocasionalmente avergüenzan. Basta señalar los escándalos escenificados por algunos jueces y fiscales. Sin embargo, los dominicanos somos capaces de lograr cosas muy grandes, cuando operamos bajo sistemas de selección exigentes, a prueba de nuestra creativa capacidad de saltarnos las reglas. Es el caso de las Grandes Ligas. “Aquí lo que podemos ponderar es el talento criollo…El resultado es esa exorbitante firma de 612 (prospectos) entre 2017 y 2018”, señaló el representante de MLB en el país. Éxito logrado a pesar de que el nivel de educación en nuestro país es muy bajo. El ejemplo de la MLB debería motivarnos para crear un sistema similar para el estado. Hasta que no lo hagamos, seguiremos sumidos por los problemas creados por la mediocridad moral y profesional. Por más que tratemos de esconder esta realidad, la verdad, que es incontrolable, saldrá para avergonzarnos.

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