Preparaba todo para una temporada lejos de la rutina, de las obligaciones de horario, de tener que sujetarme al estricto patrón de una agenda tan inclemente como inquebrantable.

El año apenas iniciaba y ya la decisión de disfrutar de un verano diametralmente opuesto al del año anterior estaba tomada. Solo era cuestión de establecer las fechas exactas de entrada y salida.
Revisado y reconfirmado el calendario escolar, ya tenía fecha cierta, así es que el siguiente paso era reservar en la línea aérea. Eso fue precisamente lo que hice.

Una mezcla de emoción y una inusitada alegría invadió todo mi ser.

Mis dos ángeles de carne y hueso me esperaban llenos de emoción. Ellos son dos de las tres personas que más me aman en esta vida.

No quería que nada lo estropeara. Aunque siendo sinceros, el mayor peligro era yo.

Llegó el día. Al parecer la espera con sus altas y bajas había terminado.

Recuerdo nuestra espera para abordar. Las niñas no dejaban de hacer planes y de sugerir lugares para visitar.

Meses soñando cómo sería, imaginando la dicha del reencuentro. Sabía que no estaría sola, sabía que me sobraría apoyo, comprensión y por supuesto, amor. Siendo honestos, la realidad superó por mucho al sueño. Fue reconfirmar que soy más bendecida de lo que yo misma creo.

Fue un tiempo hermoso, que nunca terminaré de agradecer, y aunque quizás no se repita más, la fuerza e intensidad de su recuerdo me durará toda la vida.

Por momentos me debatía entre si tanta felicidad era cierta o solo era el producto de la ilusión de quien espera acortar distancias y romper silencios. Dudaba si estaba despierta o si había caído en un sueño profundo de esos en los que todo es tan hermoso y perfecto que abrazas la almohada para no abrir los ojos, cuando poco a poco vas tomando consciencia de que es hora se despertar.

Por momentos mi mal carácter y esa tendencia mía de conspirar contra mi felicidad parecían arruinarlo todo, pero ahí estaba aquel que siempre supo confortarme y domar, aunque sea por ratos, el espíritu indomable que vive en mis adentros.

Hoy desperté de mi sueño y confirmé que muchas veces, no necesitamos que otros nos lastimen, a veces nos bastamos solitos para destruirnos.

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