La persecución y agresión persistente de que fueron víctimas los médicos Wilmer Rafael Guzmán y Sarah Vargas en la madrugada del miércoles 21 de agosto por agentes de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) en Santiago, que pudo terminar en una tragedia, al margen de los daños emocionales, obliga a recordar el asedio hostil sufrido hace algún tiempo por una periodista y su pareja en Santo Domingo.

En ambos casos, hablamos de excesos o comportamientos extremadamente abusivos de uniformados contra la población, en estos casos, profesionales, y probablemente, por esa condición, la opinión pública se enteró de estos desafueros. Pero se sabe muy bien los maltratos que sufren los simples ciudadanos por agentes llamados a protegerlos.

Por eso, no resulta extraño que cualquiera sienta temor y huya cuando una unidad policial manda a detener a alguien en zonas que podrían considerarse inseguras.

Es este uno de los tantos causales que contribuyen a deteriorar la imagen de la autoridad frente a las personas. Es decir, la manera atropellante en que los agentes actúan frente a seres humanos, a los cuales les provocan daños o heridas, y a veces, la muerte, porque para ciertos agentes todo el mundo es un delincuente.

Las otras acciones son harto conocidas. El descrédito por las prácticas corruptas en el ejercicio de sus funciones. Cómo muchos se coaligan con criminales para delinquir o cómo ellos mismos se asocian entre sí con esos propósitos. El caso más reciente es el intento de plantar drogas en la ya famosa barbería de Villa Vásquez.

Lo peor de todo es que con frecuencia la autoridad superior tiende a encubrir el comportamiento ilegal de sus agentes. Sólo bastaría recordar la excusa fallida que se pretendió presentar precisamente con el caso de Villa Vásquez. Afortunadamente, a los pobres barberos los salvó su inteligencia. Tan listos, que tenían instaladas cámaras de video en el negocio, con las memorias fuera del establecimiento.

Son todos estos hechos que obligan a registrar, simplemente, esta pérdida de confianza en quienes están llamados a brindar seguridad a la gente. ¡Qué pena que sea así!

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