Al salir del ensayo de El Vestidor, decidí quedarme para ver La Magdalena en el Teatro Nacional. El texto dramático de Guillermo Cordero y Carlota Carretero parte del texto literario de Marguerite Yourcenar. Esta, nos construye su propia versión de María de Magdala.

Parece aceptar a esa Magdalena que la iglesia de una época intentó desprestigiar. Habiendo comenzado el cristianismo con la resurrección del joven de Nazaret, al corresponder a la Magdalena descubrir y dar la noticia de que el cuerpo de Jesús ha trascendido, es a partir de ella cuando se inicia la doctrina.

La Yourcenar escribe un discurso poético libre. Su Magdalena es humana. Como tal, todas las pasiones les son posibles. No obstante, Carlota Carretero se monta en cada una de las palabras de ese discurso y se compromete en un alto nivel estético. Pero nos postula todavía algo más profundo y complejo: mientras su boca cuenta, su cuerpo actoral (absolutamente proteico) nos obliga a una memoralidad justa.

La Carretero, aún siendo una de las más grandes actrices de nuestra historia escénica, re entrenó su cuerpo y adecuó su mente para que, juntos, dejaran escapar a la Magdalena de la Yourcenar y la que ella misma llevaba dentro. A ese proceso en el teatro lo llamamos ‘memoria emocional’. A cada uno de sus ademanes los convierte en códigos. Sus brazos se extienden o entrecruzan para mostrarnos evocaciones míticas. Sus piernas la elevan o la humillan a voluntad. En fin, su cuerpo ha sido convertido en toda una ritualidad. ¡Teatro total, compail!
Carlota habla. Carlota danza. Carlota se vuelve puta o se transforma en santa. Carlota ama, desprecia y denuncia.

Los espectadores, llenando completamente la sala, estamos arrobados. Nadie parece siquiera respirar. Nadie quiere perderse una palabra o una imagen.

Las luces, correctamente formuladas para asistir a la actriz en su desempeño, por momento se convierten en barreras que la enfrentan. En otros momentos la resaltan y la endiosan. En ocasiones son las alas negras de toda la carga emocional de la actriz. ¡Bien por Bienvenido Miranda!

Pero hay otra inmensa Carretero en el escenario: Renata Cruz Carretero. Ha construido varias piezas de vestuario destinadas a lo memorable. ¡Cuánta belleza sobre el escenario! El vestuario, de múltiples usos, no parecen piezas sobre el cuerpo de la actriz. Es como si desde su alma, a través de manos y brazos, brotaran entre las telas oscuras ideas y sentimientos. ¡Aplausos para Renata!

Guillermo Cordero se arriesga y opta por una dirección austera, hermosa y creativa. Se le escapa al espectáculo y prefiere apostar por un escenario casi vacío. No hizo falta nada más. Esta puesta en escena es de una plasticidad tan bella que al final habré de gritarle… ¡Bravo!

Alargaría demasiado esta nota crítica si les señalo cada uno de los postulados geniales de Guillermo y Carlota. Pero hay uno que pecaría si dejara de mencionar. Me refiero al momento del Viacrucis: una tarima deformada, unas luces que se cruzan, el vestido transfigurado y el cuerpo de la actriz nos muestran, en un único espacio, al Cristo y a su Magdalena caminando hacia el Gólgota. ¡Mil veces genial!

La Carretero es, no tengo dudas, un real monstruo sagrado de la escena. Su inmensa Magdalena lo confirma. Ese estadio que logra, sólo es posible alcanzar cuando se acepta el riesgo de llegar a los límites del desborde. Eso que he llamado “el toque asesino del actor”.

En un momento su cuerpo dio vuelta y se le pierda la voz. En esos treinta segundos nos sacudimos y notamos que la perfección ni a ella le está todavía permitida.

He asistido a uno de los más grandes momentos que he visto sobre un escenario. Es casi imposible dejar apabullado a un artista de mi formación teatral. El pudor, sólo eso, me impide reconocer que esta noche eso me ha sucedido. Respeten mi pudor y no propaguen lo que me ha ocurrido. Mientras en la soledad de mi biblioteca sigo aplaudiendo a La Magdalena, voy a correr despacio el… ¡Telón!

Posted in A & EEtiquetas

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas