El concepto no fue expresado en uno de los tweets con los que Donald Trump ha sustituido su deber de informar y explicar las políticas de su gobierno al pueblo estadounidense y a la opinión pública nacional e internacional, sino en declaraciones del 5 de agosto a la prensa reunida en el aeropuerto de Florida, desde donde regresaba a Washington tras pasar el fin de semana en su club de golf.

Para “explicar” las causas de las matanzas de Ohio y Texas, que dejaron 29 muertos y decenas de heridos, sin que ello haya tenido el suficiente relieve como para hacerle cancelar su asueto dominical, Trump declaró que “… el odio no tiene cabida en nuestro país”, y que “…los tiroteos son parte de un problema de salud mental”.

Antes de ofrecer esas declaraciones, el análisis de los tweets publicados en su cuenta oficial (@realDonaldTrump) mostraba que,  en medio de la consternación nacional y el horror mundial ante las masacres, Trump había tenido tiempo para publicar mensajes que insinúan culpabilidad de los sucesos a los inmigrantes que llegan al país, al expresar que “… demócratas y republicanos deben unirse para aprobar una legislación que el país necesita desesperadamente: la reforma migratoria”, y también a los medios de comunicación, “… grandes responsables por la seguridad y la vida del país, ya que las fake news han contribuido enormemente a que  la rabia y la ira hayan crecido, desde hace muchos años. O la cobertura de prensa-concluyó- empieza a ser justa, balanceada y desprejuiciada, o estos terribles problemas empeorarán”

Con la insensibilidad y desprecio que demuestra por los seres humanos, en medio del caos y la consternación, cuando los familiares de los asesinados, entre ellos un número de afronorteamericanos y ciudadanos mexicanos, aún no han podido enterrar a sus muertos, Trump dedicó cuatro tweets a criticar la rebaja en el precio de venta de la divisa china en el mercado mundial.

En resumen, ¿cómo ha explicado lo inexplicable el presidente de la nación más poderosa del planeta, esa misma que juzga, condena y sermonea a las demás en temas de derechos humanos y seguridad? ¿Cuáles han sido, en concreto, sus propuestas para reducir, y de ser posible, eliminar las posibilidades de que tales actos se repitan en el futuro?

Con su iniquidad y oportunismo habituales, Trump no ha abordado las causas reales de tales desastres que se suceden con escalofriante frecuencia en toda la geografía de su país. No ha mencionado siquiera la necesidad de establecer un control efectivo sobre las ventas y tenencia de armas en el país. No ha osado condenar a los grupos racistas y supremacistas blancos, que como declaró en el manifiesto que publicó en Internet Patrick Cruzius, el asesino de El Paso, minutos antes de la matanza, considera la emigración procedente de los países de América Latina como “una invasión”. Tampoco su parte de culpa en que el odio militante al extranjero y los velados llamados a enfrentar el problema de los inmigrantes mediante las armas y el terror, hayan desembocado en este baño de sangre.

Debemos recordar su sonrisa feroz cuando en un mitin con sus partidarios, de cuyas filas salen terroristas como los causantes de estas masacres, preguntó qué hacer con los inmigrantes ilegales, y un fanático desaprensivo desde la multitud gritó que se les debía disparar. Pues bien, señor Trump: en Ohio, Dayton y El Paso, Texas, han disparado, derramado sangre inocente y asesinado civiles, incluidos niños.  ¿No le merece esto un análisis serio en alguno de sus tweets, o simplemente acogió la noticia con la misma sonrisa de aquel mitin?

Ya sabemos, de sobra, que Donald Trump es el principal enemigo, no solo de los pueblos del mundo, sino de su propio pueblo, de su historia, de sus instituciones, de su democracia y de su futuro como nación de convivencia civilizada y pacífica. No hay en este presidente el menos atisbo de la responsabilidad y el humanismo que se espera hallar en un estadista, especialmente, en el que rige los destinos de la nación más poderosa del planeta. No debe de extrañarnos, en consecuencia, que su posición ante la tragedia haya sido de la indiferencia, el distanciamiento, la negligencia y la utilización oportunista de los sucesos para adelantar su propia agenda, a la que no concibe sin el fomento del odio, la xenofobia, la violencia, la misoginia, el fomento de los grupos supremacistas blancos, el racismo y el brutal despliegue por el mundo, incluyendo los Estados Unidos, de la más brutal fuerza imperial.

Si a Trump no le interesa la vida de los seres humanos que habitan su país, ¿podrá sentir algo por los niños que mueren de hambre en Yemen, los civiles que perecen bajo los bombardeos en Siria, los emigrantes que se ahogan en el Mediterráneo o el canal de La Mona, o los venezolanos, cubanos y nicaragüenses, que padecen por culpa de su guerra económica y bloqueo, con el objetivo de aplastar las conquistas de estos y otros pueblos a través de sus Revoluciones. 

No se trata de simple odio ni problemas de salud mental de individuos aislados, se trata de un sistema que  se asienta en la deshumanización de las relaciones entre los individuos, y que rinde culto ciego a las riquezas, a la fuerza y al poder; que exacerba con prédicas irresponsables y malignas, como es observable en la mayoría de los discursos de Trump,  la frustración, el resentimiento, el odio racial y la cobardía de unos contra otros, y que se mofa de las víctimas de estas masacres porque suelen ser representantes de las minorías, de gente humilde y sencilla, trabajadores e inmigrantes. Se trata de lo que se ha sembrado desde la cúpula del poder del gobierno que preside Trump. Como decimos en buen dominicano “El que siembra viento cosecha tempestad.”

Quien sí siembra odio y padece una enfermedad mental incurable es ese sistema que se ha acostumbrado a las matanzas y sigue lucrando con las ventas de armas, mientras hipócritamente pone a media asta la bandera de la nación. Y especialmente su principal vocero, el mismo que se ríe públicamente ante la “genial” idea de disparar sobre aquellos que llegan a la “tierra de los bravos y los libres”, como reza en su himno, para hallar la más triste de las muertes. 

Es lamentable que esa nación haya pasado de ser una de las más seguras del mundo a una de las más inseguras y vulnerables.  

Destacadas figuras de la política, del arte y grandes celebridades se han manifestado de distintas formas en solidaridad con los familiares de las víctimas; desde esta tribuna nos unimos al dolor que embarga al pueblo norteamericano y a los familiares de las víctimas. Para todos ellos nuestro profundo pesar y solidaridad.

  

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