Paideia en tiempos heroicos

Paideia es el título de un libro soberbio, magistral, acerca de la formación del hombre griego y, sobre todo, del proceso espiritual mediante el cual llegó aquel pueblo a la construcción ..

Paideia es el título de un libro soberbio, magistral, acerca de la formación del hombre griego y, sobre todo, del proceso espiritual mediante el cual llegó aquel pueblo a la construcción de su ideal de humanidad. Werner Jaeger es su autor: un alemán, profesor de Harvard, refugiado perenne en un calabozo académico de Watertown.

Paideia está compuesta por cuatro libros. Los libros I y II datan de 1933, el III de 1944 y el IV de 1945. El libro II, ‘Culminación y crisis del espíritu ático’, estudia fundamentalmente el desarrollo de la tragedia teatral en Esquilo, Sófocles y Eurípides. De la vastísima sabiduría que congrega la obra de Jaeger se desprenden estas breves reflexiones en torno al drama griego.

Dos referencias básicas estampan el carácter de un pueblo: sus ideales y su historia. Los ideales habrán de buscarse en la historia como segregaciones de ella y como reacciones en torno a ella. La cultura es el ingrediente dúctil en que se forma el ideal. En antropología se entiende la cultura como el modo de vivir de cualquier grupo humano. La civilización occidental, empero, vincula el principio cultural con el hallazgo y la valoración del individuo, con su descubrimiento y concreción como evidencia ética. Y esta formación, esta modelación paulatina del ideal del Hombre, la proyecta Grecia. Pueblos helenocéntricos: eso, radicalmente, somos; pueblos antropocéntricos: desde luego, dado que la obra por antonomasia del genio griego es el Hombre.

Paideia es la creación pausada y progresiva del paradigma humano. Mas no sólo en el sentido modestamente escolar o educativo. Pensemos, más bien, en la suma de todas las fuerzas sociales que actúan sobre el individuo a lo largo de su vida. Acaso en el roce y en el trato con aquellas energías que el filósofo unanimista Jules Romains llamara “las potencias de la ciudad”: nervios tirantes que animan ese principio de convivencia humana que es la polis griega: el grupo “policiado”.

Las energías de la paideia son manifiestas y determinantes en la ciudad griega. La verdadera escuela de los griegos es la ciudad: la calle, el mercado, la discusión, el ágora, la “tertulia”. El gobierno de la polis no interviene en la educación puramente escolar, en los gimnasios de niños y adolescentes, ni en la educación superior de filósofos y sofistas. Salvo la institución oficial de la efebía (suerte de instrucción militar con alfabeto y ábaco), la educación del pueblo griego está tutelada por la iniciativa privada. Sólo el imperio romano, por lo mismo que propaga una paideia exótica, heredada de Grecia, nombrará más tarde profesores de Estado y tomará por su cuenta, así en la Grecia sojuzgada como en las otras colonias, la organización escolar y la que hoy llamaríamos universitaria.

El pueblo griego —primero entre todos los pueblos— tamiza a través de la razón el espectáculo del universo, y lo concibe como una estructura de conjunto, como un organismo sujeto a leyes universales. Al representar su cometido terrenal, Grecia aplica a la conducta humana las leyes descubiertas, y otorga así al hombre su verdadero lugar en la naturaleza.

En la atmósfera del relato homérico, el ideal del Hombre parte de una base física, tosca; casi del vigor animal del hombre, pronto dignificado en valor militar y febrilmente, también, en privilegio de una aristocracia. La creación del “núcleo selecto” es siempre el paso primero de la integración social. Areté (en griego antiguo: excelencia, virtud) y nobleza andan ya juntas en los poemas de Homero. Pero la nobleza del acto no puede ir sin la nobleza del espíritu: Fénix quiere que su discípulo Aquiles (paradigma humano, fusión de Odiseo y de Áyax) sea tan guerrero como retórico. El honor, la buena fama, viene a ser la primera prueba —externa— de la dignidad íntima.

Puesto que ser deshonrado es la anulación de la persona, los héroes homéricos se tratan “con respeto” y reclaman lo que se les debe. Elogio y censura vienen a ser la expresión de los valores sociales. La conciencia griega es eminentemente una conciencia pública. El cristiano podrá llamar vanidad al honor, pero no el griego, para quien es el medio de colocar su persona en lugar eminente de la consideración social. Círculo de verdadera divinización que sólo se completa en la muerte, en la gloria. Así rezaba aquel código: valor, honor, dignidad, emulación, gloria. El honor ofendido va más allá de lo que hoy llamamos patriotismo. Sólo así se explica la cólera de Aquiles; sólo así, la locura y muerte de Áyax.

Pero la epopeya homérica es además una saga caballeresca en la que asoma, con magnificencia, una nueva erótica. El ideal occidental de la “dama” encarna en Nausícaa y Penélope: Nausícaa es el retoño, la sombra, la felicidad inasequible; Penélope, la flor que llega al límite de marchitarse y reventar en efluvios. La belleza de Helena “desarmaba el juicio de los ancianos de Troya”. Aretea, la reina de los feacios, es punto menos que una diosa, y Odiseo abraza sus rodillas como si fuesen retablo bendecido. La dama ha maniatado al guerrero.

La estructura de la Ilíada es una articulación de glorias o triunfos individuales en torno al drama de Aquiles. El drama se mueve entre la cólera de Aquiles contra sus aliados (“la grandeza tiene hambre de honor”) y la cólera de Aquiles contra los adversarios que han dado muerte a Patroclo. La Odisea, no así, muestra los padecimientos del héroe como grados de ascenso hacia la virtud, el castigo de la soberbia en quienes pretenden a la esposa intacta y, más que nada, el sedimento de usos, cualidades y costumbres que sirven de pábulo a la vida urbana.

Homero nos revela el código nobiliario, la primera etapa de la areté: la edad naciente de la paideia. El ideal de la paideia salvará a Grecia y la erigirá en vencedora de sus vencedores. Cuando Atenas, muchos siglos después, bajo el imperio de Roma, ha dejado de ser para siempre un peligro político, comenzará a ser, ya consagrada y divinizada, el “museo político del mundo”. Mas no museo inerte, no: acaso muestrario cabal desplegando por siempre las proezas de la sabiduría.

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