Recordando a Israel

Donald Trump, en estos días, arreció su campaña contra la inmigración ilegal. No es de extrañar. Fue parte de su discurso y gustó al electorado estadounidense.

Donald Trump, en estos días, arreció su campaña contra la inmigración ilegal. No es de extrañar. Fue parte de su discurso y gustó al electorado estadounidense. Estemos o no de acuerdo, hay que valorar que trata de cumplir lo prometido.

Como dato interesante, la inmigración ha sido parte esencial en la historia de este singular presidente. Su madre, Mary MacLeod, nació en Escocia. Siendo joven partió hacia los Estados Unidos de América y contrajo matrimonio con Fred Trump, hijo de inmigrantes alemanes. Mientras que Ivana, la primera esposa del mandatario, vino al mundo en lo que era Checoslovaquia; y su actual cónyuge, Melania, es nativa de Eslovenia.

Las redadas en varias ciudades importantes han iniciado. Hay mucho temor de que cientos de familias queden separadas, de que se cometan atropellos e injusticias, aunque se afirma que estos operativos “tienen como objetivo detener a personas migrantes que cuenten con una orden de deportación definitiva, entre los que están quienes hayan cometidos actos criminales o fraude en sus trámites de asilo”.

Todo esto me hace recordar a Israel, un amigo mejicano que hace 30 años tuve en el Gran Coloso del Norte. Una tarde, en un autobús, me hablaba de su pequeño hijo que con mucho sacrificio había traído desde Chiapas. Sabía que mientras él trabajaba su criatura permanecía sola en una habitación alquilada. “Espero conseguir los papeles pronto”, me decía con alegría y esperanza.

Como es natural, conversábamos en español. A nuestro lado estaba una señora rubia que al vernos y escucharnos intentó mudarse a otro asiento, pero no había disponibles. Como se vio obligada a mantenerse en su lugar, de inmediato se tapó la nariz y así se mantuvo durante todo el trayecto.

Israel guardó silencio. Yo no entendía lo que sucedía con la dama. El azteca y el quisqueyano andaban bien vestidos y limpios, además de que tenían buenos modales. Y yo pensé: “Tal vez ella estaría enferma de gripe o sentía olores imperceptibles para el olfato latino”.

Cuando llegamos a nuestro destino mi compañero me expresó: “Pedro, parece que no percibiste lo que hizo la que estaba sentada a nuestro lado, se tapaba la nariz porque tú y yo le hedíamos por ser extranjeros, esto ya me ha ocurrido”. La sangre hirvió por mis venas. Me invadió el deseo de seguir a la criatura y decirle “tres cositas”.

Continuamos caminando en silencio, cuando de repente unos uniformados nos detuvieron y nos pidieron nuestras identidades. Me dejaron ir, pero apresaron a Israel para deportarlo. No pude hacer nada. Cuando se lo llevaban noté sus lágrimas y una mirada hacia el cielo, como preguntando: ¿Dios, qué pasará con mi hijito?

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