República dominicana realmente está ahora en los ojos del mundo, no solo por los grandes logros deportivos, por sus políticas migratorias, ni por la falta de autonomía en los órganos que conforman los tres poderes del Estado.

El país está en la mira de todos, no importa la lengua, cultura o distancia, por los grandes escándalos de corrupción pública, la lenidad judicial, los abusos oficiales, el nepotismo, la perpetuidad de los funcionarios poco éticos, la vorágine partidaria y, con mucho pesar, la campaña de descrédito contra la industria turística.

Pensamos que tanto el presidente de turno, Danilo Medina Sánchez, las cabezas del Congreso Nacional y del Poder Judicial, junto a los llamados líderes de partidos, debieran propiciar una gran cumbre para buscar coincidencia en la forma de proteger la permanencia del país como Estado, los intereses nacionales y la igualdad de derechos de los dominicanos sin distingo de credo, color o raza.

Estamos permitiendo como niños, que nos tracen pautas de todos lados, que nuestras riquezas engrosen las arcas de otras naciones a expensas de nuestros recursos naturales, causando, tal vez inadvertidamente, que crezcan los niveles de miseria, inseguridad ciudadana, violencia, criminalidad y, peor aún, que la impunidad nos arrope.

Un Estado gana prestigio por el arrojo de sus gobernantes y por el interés de las autoridades en forjar un porvenir cierto para las generaciones de su presente y del futuro. México está ahora en ese ejercicio, pero nosotros seguimos en los pasos del Cangrejo.
Es cierto que podemos y tenemos la capacidad suficiente para lograrlo, lo que ha faltado es la vocación humana, la voluntad política, el justo amor por la nación en que vivimos y el respeto por los valores patrios.

Somos dominicanos y eso debe llenarnos de orgullo, pero perdemos el tiempo en guerras intestinas, en rebatiñas partidarias y de poder, mientras la patria languidece por la falta de hijos amorosos, honestos y valientes. ¡Aún es tiempo!

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