Eso debe cambiar

En la República Dominicana no hay historia de éxitos electorales importantes protagonizados por los grupos de vocación comunitaria ..

En la República Dominicana no hay historia de éxitos electorales importantes protagonizados por los grupos de vocación comunitaria ni de los partidos de izquierda, o de aquellos críticos de las ideas predominantes sobre las formas de gobierno conocidas.

En otros países, grupos abiertamente afines a ideas renovadoras o socialistas logran resultados electorales apreciables, mientras aquí no ha habido ningún éxito electoral de izquierda.

Esa realidad podría explicarse en que durante el período pos trujillista y después de la Revolución de Abril de 1965 los grupos progresistas concluyeron en que la única vía para alcanzar cambios sociales y democráticos era la violencia.

Esa conclusión fue estimulada por el éxito inicial de la Revolución Cubana, que muchos pretendieron imitar en Latinoamérica. La robusteció el golpe de Estado contra el profesor Juan Bosch en 1963.

El alzamiento guerrillero de Manuel Aurelio Tavárez Justo y los militantes del 14 de Junio fue producto de ese temperamento.
La idea de implantar la justicia social mediante la violencia se enraizó más aún entre los jóvenes idealistas que vinieron a ser los líderes de las izquierdas después de 1965.

Hasta el mismo profesor Juan Bosch todavía a finales del siglo pasado definía las elecciones como “mataderos electorales”, línea política mediante la cual alejó a su viejo Partido Revolucionario Dominicano (PRD) de las consultas electorales y de la fe en la democracia representativa.

En consecuencia, la idea de la revolución armada apartó a los progresistas durante un largo período de la lucha cívica y la participación democrática, y con ello de la cultura política parlamentaria. Durante los últimos 50 años las expresiones de izquierda se alejaron de los mecanismos de participación parlamentaria y esos espacios los han copado los partidos tradicionales, con fuerte predominio del caudillismo y una influencia bárbara del presidencialismo.

No ha habido espacio para la diversidad, lo que repercute en la calidad de la democracia, una concentración excesiva de poder que caricaturiza las ideas de Montesquieu sobre la división de los poderes.

Eso da pie también para que se pretenda sistemáticamente acomodar la base fundacional en que se sustenta la República a los caprichos de quien coyunturalmente controle los resortes del poder.

Eso debe cambiar.

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