De la unión de Erick y Mamuasel Suquiete nace la mulata Yelidá. Y el nacimiento es todo un acontecimiento, una epifanía tropical de inusitada raigambre telúrica:
“Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno / mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí / alegre de todos sus dientes y de su forma rota / por el regalo del marido rubio / y Yelidá estaba inerme entre los trapos / con su torpeza jugosa de raíz y de sueño / pero empezó a crecer con lentitud de espiga / negra un día sí y un día no /blanca los otros / nombre de vodú y apellido de kaes / lengua de zetas /corazón de ice-berg / vientre de llama hoja de alga flotando en el instinto /nórdico viento preso en el subsuelo de la noche / con fogatas y lejana llamada sorda para el rito”.

Ella sigue creciendo “con lentitud de espiga”, fuerte y lozana, y mientras crece en aquel ambiente va poniendo en peligro la sangre nórdica de su padre. ¿Cuál puede ser el destino de la sangre blanca de Erick en esa tierra de negros?

La acción llega al climax cuando Yelidá se hace adulta y, alarmados, los inocentes dioses nórdicos se trasladan hacia Haití en masa para interceder ante los bárbaros dioses del panteón vudú por la salvación de la sangre blanca que corría por las venas de la muchacha mulata. El enfrentamiento de ambas cofradías religiosas constituye la parte mas hermosa y vibrante del poema.

“Los liliputienses dioses infantiles de la nieve / los viejecillos vestidos de rojo /que sacuden la niebla de sus barbas /y los que soplan sobre las letras sin rumbo de las veletas / los habitantes del rescoldo /los del viento ululante /los que dibujan las árticas auroras /los dioses de algodón y de manzana /que tienen largo el sur y corto el norte / los que sobre la tímida y verde vida del musgo verde / resbalan y juegan con las flores del hielo / los hiperbóreos duendes del trineo y del reno / supieron la noticia en lengua de disueltos huracanes lejanos./ Sangre varega en la aventura de cosas de hombre / por cosas de mujer se trasplantaba / en islas de caracol y de pimienta”…

A pesar del largo viaje y a pesar de las súplicas, la misión de los dioses nórdicos termina en fracaso: “aquella noche Yelidá había tenido su primer amante”. La sangre blanca de Erick ya no tenía salvación: “perdida iba a quedar para su ártico /en el flotante archipiélago encendido /perdida iba a quedar para su mansa /vegetación de pinos ordenada /perdida iba a quedar para su lucha /de olas, aceite y peces / perdida iba a quedar para Noruega / en las islas de fuego condenada. / Viajeros por los hondos caminos del subsuelo adornados de tumbas / donde dialoga el fósil con la raíz podrida / y el hueso suelto espera la trompeta / y se hace oscuro el secreto del agua / que lava las pupilas insomnes del mineral perdido / por la grieta y la gruta y el estrato / los dioses de leche y nube con el sexo de niño / buscaron al otro dios de los mil nombres / al dios negro del atabal y la azagaya / comedor de hombres constelado de muertes /Wangol del cementerio y del trueno /el dueño del ojo vidriado de zombí y la serpiente/ Buscaron a Ayidá-Oueddó que es la que pone / a arder la lámpara roja del estupro / la que en el hondo vientre de cueva del bongó mantiene /las cien serpientes locas del dolor y la vida / la que en la noche de Legbá suelta los perros del deseo / la que está partida en dos mitades por sexo infinito / maestra de la danza sagrada para llegar hasta ella misma / domadora del grito y del espasmo./Implorantes de llantos en sordina /Casi borrachos ya de olor de isla /los dioses de Noruega pedían salvar la última gota de la sangre de Erick/la escandinava inocencia de una gota de sangre”.

En los trepidantes versos y las deslumbrantes imágenes de “Yelidá” se pone de manifiesto la esencia ética y estética de la obra, la definición sustantiva y sustancial del poema: “Yelidá” es, en el mejor de los casos, un lamento (en sordina) por la sangre nórdica que se diluye en el contexto de la negritud. El triunfo de la cofradía afroantillana sobre la nórdica puede expresarse y resumirse con estas palabras: “Se nos dañó el muchacho.” De ninguna manera parece ser una celebración de la mezcla de razas, del mestizaje que define a las Américas.

En “Yelidad” se produce el clásico enfrentamiento entre “Civilización y barbarie”, dando por descontado que los bárbaros son esos pueblos nuestros, cultores de religiones sincréticas como el vudú, pueblos que desgraciadamente han derrotado a “los dioses de algodón y de manzana”, portadores de civilizadora sangre blanca.

La historia de Yelidá” es un poco la historia del mestizaje El pasado y el presente. La historia de pueblos oprimidos, cuyas calamidades o desgracias han sido atribuidas cómodamente al origen étnico y no a su pesado fardo histórico y social.

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