La utopía de Spinoza (II)

Spinoza no llevó una vida exenta de sobresaltos, fue perseguido y denostado, le consideraron un hereje y fue excomulgado por los judíos.

Dedicado a la profesora Elsa Saind-Amand.

Spinoza no llevó una vida exenta de sobresaltos, fue perseguido y denostado, le consideraron un hereje y fue excomulgado por los judíos. Incluso, una noche, un fanático trató de apuñalarle en la calle (por suerte solo le rasgo la ropa) y los cristianos, de su lado, “le vigilaron como peligroso subversivo y después de morir profanaron su tumba con pintadas infames” (Fernando Savater: Historia de la filosofía sin temor ni temblor, p. 130). Luego, “se convirtió durante siglos en uno de los autores más calumniados y malditos de la historia de la filosofía” (Ibíd, 129). Sin embargo, hoy es un filósofo considerado singularmente moderno, muy bien valorado y que motiva estudios sobre su obra en diversos frentes, en este movimiento se inscribe el texto de la Dra. Saind-Amand que comentamos: “La utopía materialista de Spinoza”. La actualidad de las ideas de Spinoza es patente, solo entre “1971 y 1983 se han publicado más de 2.000 títulos sobre Spinoza”, según el estudio introductorio a su “Tratado Político”, Alianza Editorial, Madrid, 1986.

Al respecto, para Spinoza, la utopía no era “el producto de una lógica de la impotencia, que expresa la imposibilidad de construir una sociedad armónica” (Saint-Amand, p. 13). Sino “la armonía que se puede desarrollar entre los hombres que comparten una naturaleza común” (p. 43), dentro de un sistema democrático en procura del bienestar individual y colectivo.

Spinoza creía en la democracia como sistema de gobierno, para él “un nuevo hombre deberá surgir de las instituciones democráticas, en las cuales los estados políticos demuestren su funcionalidad y justifiquen su sentido contribuyendo a la realización de los derechos naturales de los individuos” (p. 47).

El filósofo holandés consideraba al Estado “como un ser de la naturaleza y como poseedor de derechos naturales”, en su concepción política era “un individuo compuesto, en el que se produce una integración entre los elementos que lo constituyen a la búsqueda de un fin compartido” (44). Dentro de esta cosmovisión el Estado no debe servir a un hombre, a un grupo o a una concepción religiosa, sino que debe ayudar a “fomentar la libre investigación y discusión de las ideas, evitando poner su fuerza al servicio de la intransigencia obtusa, la superstición o la inquisición que prohíbe pensar…” (Savater, p. 135).

Pero si revolucionarias para ese momento histórico, en el cual los gobernantes resumían en sí mismo al Estado, fueron sus ideas en el campo político, no menos lo fueron en el terreno religioso que, incluso, motivaron su expulsión de la Sinagoga y que fuera “excomulgado del judaísmo a los 24 años de edad en el 1656” (Saint-Amand, p. 34).

En su interpretación religiosa, Spinoza propone una lectura e “interpretación racional de las Sagradas Escrituras, y les atribuyó a los libros un origen histórico y puramente humano”, negando, además, “la existencia de un Dios creativo personal, así como de algunos dogmas como la encarnación, la redención y la resurrección”, (p. 30). Por esta racional interpretación bíblica le excomulgaron.

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