¿Un réquiem para los “minoritarios”?

Especialmente desde el año 1978, han sido normales, y en algunos casos hasta imprescindibles, las alianzas políticas con fines electorales.

Especialmente desde el año 1978, han sido normales, y en algunos casos hasta imprescindibles, las alianzas políticas con fines electorales. En no pocas ocasiones, los partidos grandes cedían muchas candidaturas a los pequeños, aun en perjuicio de sus miembros que en convenciones democráticas ganaban el derecho de estar en la boleta.

Ahora el escenario ha cambiado. La nueva Ley 33-18 impone a las organizaciones políticas (léase en realidad “partidos mayoritarios”) un límite de 20 % de cargos congresuales y municipales para reservas y alianzas de candidaturas; además, prohíbe el despojo de candidaturas obtenidas en primarias y a la vez reconoce solo las precandidaturas de los inscritos en los partidos políticos.

Pero donde más se le complicará todo a los partidos minoritarios es que la misma ley endurece los requisitos para mantener la personería jurídica, donde destaco la de no haber obtenido por lo menos el 1 % de los votos válidos en las últimas elecciones.

Estas regulaciones, entre otras, adecentarán nuestro sistema partidista. Los partidos minoritarios son un verdadero dolor de cabeza en nuestra política. Naturalmente, hay excepciones, agrupaciones que independientemente de su tamaño, tienen objetivos positivos.

Ser minoritario no es solo pertenecer a un sector pequeño, es ser diferente a la mayoría, teniendo pensamiento propio, el cual debe ser respetado y no juzgado como bueno o malo.

Si la minoría no reúne esas condiciones que la distingue del resto, se estaría disfrazando de lo que no es para obtener ventajas. Sería una choza con ambiciones de rascacielos. En consecuencia, venderse como minoritario apenas por el hecho de contar con menos seguidores es un fraude.

Dirán que estos grupos son necesarios para nuestra democracia. ¡Embuste! Ellos son los primeros en no tener democracia interna, pues permanecen con los mismos dirigentes por los siglos de los siglos, y si por casualidad los destituyen en una feroz lucha de negocios, los desplazados forman otro partido para seguir siendo jefes. Sus crisis son económicas, no ideológicas o de principios. Como carecen de identidad, hoy pueden apoyar a un partido grande y mañana a otro. Reitero, hay excepciones.

Perdonen mi crudeza: pero no hay nada en política que se parezca tanto a una desorganizada y condenable compañía por acciones que un denominado partido minoritario. En ambos hay fines de lucro, los estatutos son letra muerta y las cuentas no están claras. Esto no descarta que algunos partidos mayoritarios estén en similares condiciones.

Así que apoyemos toda ley que regule el papel de los partidos dizque minoritarios, exigiéndoles cumplir serios requisitos para lograr o mantener su personería jurídica. Y si se habla de los grandes, con más razón, aunque en otras áreas.

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